viernes, 31 de julio de 2009

Un tema urticante, el del pròximo post...

Hay temas jodidos y èste del cuento que posteo seguidamente, es uno de ellos. No intento polemizar, pero sì avisar, que el contenido de éste, puede no gustar. De hecho, a un amigo muy querido, le pareciò un espanto.
Vi la noticia en la tele de la nena que cayò vìctima de un pedòfilo a travès del Chat y recordè… esta idea que me habìa surgido hace un tiempito.
A veces las cosas no son como las imaginamos, ni como las dan a conocer las noticias. Hay pedòfilos, por supuesto, cada dìa màs, pero tambièn, debemos reconocer que los niños tienen cada vez màs, inquietudes a edades màs tempranas.
Tienen inquietudes sobre sexualidad, una gran necesidad de comunicación con padres ausentes, y tienen acceso a programas de tv a toda hora de dudoso contenido, a información en la red y demàs yerbas que hace veinte años no existìan.
Tampoco todos los niños son iguales. Yo fui muy madura a edades tempranas, no me olvido de mi niñez y, ahora quizà sea por eso, que soy una adulta muy inmadura a edades “viejardas”.. Pero recuerdo con nitidez, esas inquietudes, los temas que tocàbamos con amigas parecidas y afines a mì y tambièn esos enamoramientos imposibles… que de haberlo sido, hubieran llevado a la càrcel a uno de sus integrantes…
Este es un cuento màs, quizà acepto que es un tema chotìsimo, pero con el estilo narrativo que me interesa y con esa dualidad que me gusta practicar y quizà algún día me salga.
Lamento y pido disculpas si a alguien ofende. Si yo tuviera hijas o hijos, morirìa si les sucediera el diez por ciento de lo que aquì cuento, tampoco mi reacción serìa la misma de la madre que describo, pero debo reconocer que hay gente, de mi edad, con niños de pocos años que no sabrìan siquiera còmo reaccionar. Es un cuento, no le sucediò a nadie que conozca.
Les mando un abrazo… la literatura es un gran espejo en que se reflejan las virtudes, pero tambièn las miserias del ser humano…(esta frase no es de nadie, creo, la acabo de escribir yo, que tampoco invento nada de nada).

ALGO HURTADO AL MUNDO DE LOS ADULTOS

Los redondeados dedos infantiles volaban sobre las teclas de la computadora, como hacía más de un año. Era la hora del mediodía en Buenos Aires. Ese tiempo muerto entre la clase de gimnasia y la de biología. Minutos robados, mientras los padres trabajaban, y ella corría a su casa a pasarlos con él.
El sol arrastraba los lentos segundos de aquella hora solitaria, alargando apenas los desolados días otoñales.
Se apuró a ingresar en la red, fue pasando rápidamente las instancias hasta lograr ver el nombre de su “cyber amigo” en la pantalla. Exhalando un suspiro enmarcado en una dulce sonrisa, lo dedicó a su extraño amor.
Recibió aquel “-hola maja”, ruborizándose una vez más. Como si el Atlántico fuese el arroyito de su barrio suburbano y él estuviese en la otra orilla, mirándola.
Alisó nerviosa la faldita tableada del uniforme escolar, asegurándose que la cámara de video estuviese desconectada…

Un eco de aires marinos llegó danzando sobre el asfalto madrileño y se abrió paso a través de la ventana entornada de la casa de él. El vientecito travieso lo distrajo levantando delicadamente la manta que cubría sus piernas eternamente adormecidas. Un minúsculo sonido le indicó que ella estaba allí, y le respondía con el “Hola amor” que él tanto esperaba. Esos dos simples vocablos que lo devolvían a la vida, pronunciados por las letras vivas de una mujer que le había confiado su soledad en un espacio sin distancias.
Y así comenzaba el diario deleite de las conversaciones encumbradas entre andariveles metafísicos e intelectuales. Y terminaban, enamorados, entre promesas y abrazos virtuales.

-Debo volver a mi trabajo –tipiaba ella, repentinamente aseñorada, pensando tal vez en la reiterada llegada tarde a la clase de biología.
-Pues ve, Señora mía, que tu jefe te regañará otra vez –sentenciaba él, escribiendo a toda máquina, para no demorar a la secretaria ejecutiva. Extrañándola de antemano en el lento deslizar de las ancianas horas de su vida.

Él le había mostrado su vida en párrafos frondosos de color y gloria pasados. Ella, ya sabía de sus hijos, nietos, bisnietos. Conocía la profunda herida de su viudez. Aquel refugio que fueron la literatura y la filosofía. Incluso el hombre le había enviado por correo sus trabajos más loados. Aquellos que lo habían llevado a la fama y el reconocimiento internacional, a pesar de su octogenaria inmovilidad. Él sabía que le quedaba poco por hacer, pero así y todo, la amaba de verdad y sentía lo mismo de parte de ella. En cada frase, en cada silencio, incluso cuando ella callaba al verlo sonreír y mandar besos volátiles a través de su cámara de video.
Él le arrojaba temerarios avances matrimoniales, a fin de lograr llevarla con él a España. La niña rechazaba estos románticos accesos comentando acerca de un esposo negligente pero muy amado. Mencionaba siempre la esperanza de salvar lo que habían construido juntos, a pesar de todo (de todo lo que había inventado, para poder hablar con el anciano). Ella siempre le dijo que no tenía dispositivos de audio y video; y sólo le mostraba un par de fotos en las que aparecía su opulenta madre, ya cuarentona, con sus atributos notorios, en una playa de la costa atlántica.
Él había comenzado a sentir el impulso viril entre la flacidez de las piernas, al ver aquellas imágenes provocativas. Aunque la había amado sin verla, entre los chispeantes renglones inteligentes que la chica enviaba, sin dejar de sorprenderlo jamás.

Aquel extraño día, harto de los imposibles de la mujer allende el mar, decidió proponerle juegos sexuales. Pensaba que la ansiedad de ser amada carnalmente le provocaría apurar lo inevitable. La separación de su esposo y la promisoria vida junto a él... en la otra orilla.
-Mi vida, hoy jugaremos un juego… -susurró con aquella voz elucubrada para amarla sólo a ella.
-ok –tipió ella, acariciando las trencitas terminadas en hebillas adornadas con el osito Pooh.
La cámara inició su conexión y le trajo las imágenes de aquel amor viejo que la haría sentir mujer, en ese raro momento tantas veces postergado.
Ella tiritaba, sola frente a la pantalla. Mientras lo veía ajustando la cámara y el micrófono, lo observaba en su sillón de ruedas y se levantaba las medias tres cuartas, avergonzada.
Finalmente, él quitó la manta de sus rodillas. Le pidió que ponga sus fotos de la playa que eran en realidad, las de la madre...
Y comenzó el juego...
Ella no tipiaba, no debía hacerlo. Estaba allí, mirándolo con sus inmensos ojos claros. Hacía lo que él le pedía.
Él hablaba lento, acariciando cada palabra. Detallaba todo lo que pasaría en su primer encuentro amoroso. El se refirió a sus pechos como si fuesen pesados y exuberantes y ella, se irritó acariciando sus pezoncitos apenas sobresalientes de un torso flaco de niña.
Llegó un punto en la erótica sesión, en que la chica empezó a gemir suavemente, transportada por las palabras del viejo, desbordante de sensaciones desconocidas. Vio al anciano descontrolarse de pasión, llamándola por el nombre de la madre. Al fin, el hombre acabó el juego y le mostró la penosa verdad sobre sus manos anudadas. Ella no pudo responder alarmada por el espasmódico goce que esto le había producido.
El hombre le preguntó si lo amaba. Continuaba semidesnudo, en su silla, agotado, bello aún en su senilidad por haberse sentido joven y querido. Le preguntaba si ella había sentido todo el placer completo. Pero ella no respondió.
Volvió a preguntarle...

Ella no respondía...

Se inquietó.

Pensó si acaso ella se habría horrorizado de su despliegue, a su edad. O tal vez, su esposo la hubiese descubierto. No sabía qué pensar. Sólo la llamaba, una y otra vez.

Esperaba y volvía a intentarlo...

De pronto la cámara porteña se encendió por primera vez. La hermosa mujer madura de las fotografías estaba frente a él, con una camisa abierta y los tremendos senos al aire.

-Cerdo pervertido! Estalló a los gritos, abriendo el audio. -Yo soy una hembra, viejo asqueroso, yo!–sacudía los pechos con las manos, desafiante -Qué hacía con mi hija!. Demente! Es una nena! –gritaba enloquecida.

Los crueles apelativos estallaban en Buenos Aires, cruzaban agua, cielo y tierra, para estrellarse reventando los vidrios de la casona colonial y destrozar la última esperanza en el frágil corazón de un hombre viejo.
Una catarata de lágrimas huecas le nublaban la horrenda visión de la brutal paliza que la mujer de sus sueños propinaba a una desconocida y desnuda niña de trenzas.
El anciano quería hablar, desesperado. Estiraba las manos afiebradas hacia la pantalla. Abría la boca sin poder explicar algo que apenas estaba intentando comprender, al ver a la muñeca inmòvil que no pasaba de los doce o trece años yaciendo acurrucada en un rincón, bañada en sangre. Quería recibir los golpes que estaban destinados a él, y no a ese cuerpecito dèbil que acababa de conocer algo que no debía... Algo hurtado al mundo de los adultos.
De pronto vio, espantado, a la mujer arrojarse al suelo y levantar en brazos a la criatura inconsciente. Notó que de la cabecita manaba un chorro de sangre y cuando la madre lo descubrió emitió un aullido herido y corriò con su liviana carga, fuera de la habitación.

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Minutos más tarde, el padre de la niña, entró en la habitación a buscar una muda de ropa para su hija que se reponía en el living. Al ir hacia el placard, notó la computadora encendida y aún conectada a la red. Se acercó para apagarla y vio al viejo en el pequeño cuadro madrileño y lejano. Tenía la cabeza ladeada, los ojos vacíos en un rictus de horror y los brazos a los lados de su silla de ruedas, colgantes y goteando las ultimas perlas de un rojo oscuro.
El hombre no hizo ningún gesto. Mirò la escena un par de segundos. Desenchufò violentamente la máquina, y dando un portazo, salió.

martes, 14 de julio de 2009

Un relato hiperbreve

El relato hiperbreve, muy usado por la genial escritora Ana Marìa Shùa, es siempre atractivo para los ansiosos, como yo.
En este estilo narrativo se puede decir mucho, con muy pocas palabras y en unas pocas lìneas.
Para lograr ese aire misterioso, de texto en clave, hay que releer y revisar, una y otra vez lo escrito, y tratar de que cada palabra sea elegida con sumo cuidado para trasmitir aquello que se quiere decir, lo más exactamente posible. Ademàs, tambièn tenemos que hacer literatura embelleciendo con imàgenes! Hay que recordar que es un arte. Y lo mejor de este ejercicio es justamente intentarlo, una y otra vez, sacar unas palabras y poner otras, pulir, retirar artìculos, perfeccionar tiempos de verbo y demàs. Todo, sin pasar de los diez renglones.
Y si luego de todo esto, lo que queremos decir sigue ahì, Bingo!, jajjaj.
Los dejo con este pequeño juego, se aceptan siempre comentarios, interpretaciones varias, etc.
Abrazos inmensos

La misma moneda

Desnuda me revelan tus ásperas letras. En tu escrito, virgen, apasionado, se ve claramente mi reflejo sin adornos, sin falsos dorados.
Esa soy? –me pregunto
Me avergüenzo, me asombro… y finalmente me acepto.
Soy un personaje apareciendo en dos ficciones al mismo tiempo. La buena, la mala. Dos caras. La misma moneda…
Apoyo tus palabras de filoso borde sobre mi pecho angustiado de saberme descubierta y, como siempre, prefiero seguir bebiendo la savia dulce de tu fruto,…y, separando las espinas, aún llagándome la piel, continuar buscando el núcleo, tu verdadero ser y así, desde las sombras mentirosas de mi alma,…seguir contigo, un poco mas…

Ejercicios literarios...

A veces hay textos, tipo verso o reflexiòn que uno escribe, inspirado por un sentimiento, propio o ajeno y, a los que escribimos por deporte ( a algunos màs vale nos servirìa "hacer" un deporte!), nos sirven como pràctica... Por ejemplo, para màs tarde volcarlo como adorno o párrafo ya trabajado y pulido, en un cuento o en un capìtulo de una novela breve o algo asì.
En este caso, Corazòn Ausente, puede ser eso, un cuento breve, una simple prosa, tipo verso, sin métrica ni nada (espero no decir una barrabasada ya que la tècnica de la poesìa no es lo mìo). Pero bueno, algo asì.
Esto es muy tìpico de los talleres literarios, una idea dada por un maestro a modo de inspiraciòn para el grupo, genera una cantidad de diferentes escritos que realmente es llamativa. Creo que lo que genere tiene que ver, asì como pasa en los estados onìricos, en lo vivido recientemente, en algo visto, fantaseado o leìdo. Es vàlido si conduce a la creaciòn.
Ahì va un ejercicio de estos, me parece que es bello, y más allá de errores o desatinos en la tècnica, puede integrar y tener su lugarcito en este espacio.

EL CORAZON AUSENTE

Levanto el tubo del teléfono y sigues ahí. Para que nunca esté sola. Evoco la negrura de tus ojos que me abrasa. Una extraña calidez que sosiega sale del aparato para cobijarme. Escucho atenta. Cada suspiro tuyo es una especie de amor nuevo que llega montado a los cables callejeros y mojados por la lluvia. Antes que tu voz, llega el afecto. Antes que las palabras, me alcanza el calor de tu pasión.

Y yo no te envío nada...

Los cables de mi casa están secos. Son hilos viejos. ¡Sin embargo, vos decís que te llego, te conmuevo y que te doy tanto! Luego cuelgo y, entre extrañada y compungida, me detengo a ver mi imagen reflejada en el ventanal y mis dudas se aclaran.
No tengo nada para darte porque todo lo entregué al amor primero. Veo en mi propio reflejo azulado, el hueco que atraviesa mi pecho de lado a lado. Y, en su través, contemplo su rostro tan ansiado en un portarretrato.

domingo, 12 de julio de 2009

de còmo aprendí a leer con el Sr. Bradbury...

Hoy no voy a postear un cuento, no... Hoy recordè y repasè, como una estudiante obsesiva, mi libro de cabecera, Farenheit 451, escrito en 1953, por un Ray Bradbury joven y visionario del futuro.
En este libro, del cual les publico el extracto màs abajo, se habla de la locura de los medios de comunicaciòn que vivimos hoy dìa... Yo no se si està bien o si està mal, sòlo se que màs alla de messengers, facebook, telèfonos celulares y mensajes de texto, a màs de la tele y la interactividad que nos propone dìa a dìa,... yo sigo recurriendo a los libros. No reniego, como lo hace Mister Bradbury, a quien admiro màs allà de lo razonable, de los medios, pero sì, los miro con respeto y cuidado ... y hasta con un poco de miedo...
Me tomo hoy el atrevimiento de recomendarles pensar, reflexionar sobre esto y, tomarse el tiempo de leer Farenheit, si no lo han hecho. A los que les gusta sòlo lo modernoso, pues van a sentir que estàn leyendo algo actual, ya que todo lo que el escritor allì describe como si fuese una exacerbaciòn de la fantasìa, hoy, es realidad.
Sì, se han cumplido las profecìas de Sir Ray, salvo las de Crónicas Marcianas (aùn no habitamos Marte), y al que crea que Bradbury es un escritor de ciencia ficciòn sòlo futurista, bueno, es porque no entiende las metàforas! Todo lo que este maestro escribe es una gran metàfora. Sus cuentos son metàforas de cinco o diez pàginas! Magistrales, y eso que recibimos traducciones que no contienen la verba atiborrada de vocabulario impresionante del escritor!
nota: el que pueda leerlo en inglès, no se lo pierda, es una experiencia increíble pero con diccionario al lado.
Personalmente, cada dìa de mi vida, desde que leì este libro, trabajo para que cada pàgina que leo, en general, del volùmen que sea, antiguo o moderno, estè plena de vida, de placer, de oscuros misterios, de sabidurìa y de experiencias ùtiles ...o simplemente de "belleza de balde", como dice Manucho Mujica Làinez, que no le hace mal a nadie.
Hoy les quiero regalar este diálogo tomado del libro, espero que sirva para revisar, mirar dentro de ustedes mismos y ver, si en sus vidas, al ir a buscar refugio a los libros, encuentran pàginas en blanco... como uno de los interlocutores del diàlogo, o, por el contrario... y es mi deseo, las hallan abundantes de jactanciosa hermosura, de todos los tiempos posibles, de toda la magia y la fascinaciòn que necesiten para hacer dulces vuestros sueños, activo el amor y, para que al recoger sus pedazos en los tropiezos del camino, encuentren allì las instrucciones para rearmarse y seguir dando batalla!!!

Mil abrazos y disfrútenlo...

Extracto de Farenheit 451, de Sir Ray Bradbury (1953)

…Montag titubea y luego sigue: -En un tiempo tu debes haber querido mucho los libros.
-Touche!! -responde el jefe-. Por debajo del cinturón. En la mandíbula. Con el corazón partido. Las tripas abiertas. Oh, Montag, mírame. El hombre que amaba los libros, no, el muchacho disparatado, demente por ellos, que se trepaba a las pilas como un enloquecido chimpancé.
“Me los comía como si fueran ensalada, los libros eran para mí el sándwich del almuerzo, la merienda, la cena y el bocado de medianoche. ¡Arrancaba las páginas, me las comía con sal, las ensopaba con deleite, mordisqueaba las costuras, pasaba capítulos con la lengua! Docenas, cientos, billones de libros. Llevé tantos a casa que anduve años jorobado. Filosofía, historia del arte, política, ciencias sociales; nombra el poema, el ensayo, la obra de teatro que quieras; me los comí todos. Y después….después…-la voz del jefe de bomberos se apaga.
Montag lo apremia: -y después?
-Bueno, me sucedió la vida. –El jefe cierra los ojos para recordar. –La vida. Lo de costumbre. Lo mismo. El amor que no marcha del todo, el sueño que se vuelve agrio, el sexo que se hace pedazos, las muertes demasiado rápidas de amigos que no lo merecen, el asesinato de uno, la locura de otro, la lenta muerte de una madre, el suicidio brusco de un padre… una estampida de elefantes enfurecidos, un ataque total de la enfermedad. Y por ninguna parte, ninguna, el libro justo en el momento justo para rellenar la grieta de la represa que se viene abajo y contener la inundación, o recibir una metáfora, perder o encontrar un símil. Hacia el final de los treinta años, al borde ya de los treinta y uno, recogí mis pedazos, cada hueso roto, cada centímetro de carne escoliada, magullada o herida. Me miré en el espejo y perdido bajo el asustado rostro de un joven vi un viejo, vi odio por todo, por cualquier cosa, nombra la que sea y la maldeciré, y abrí las páginas de los magníficos libros de mi biblioteca y ¿qué encontré? ¿qué, qué?
Montag se aventura: -¿Páginas vacías?
-Premio! ¡Sí, en blanco! Bah, estaban las palabras, de acuerdo, pero me resbalaban por los ojos como aceite caliente, sin ningún significado. Sin ofrecer ayuda, ni consuelo, ni paz, ni abrigo, ni amor verdadero, ni cama, ni luz.
Montag recuerda: -Hace treinta años…. Las quemas finales de bibliotecas….
-Acertado. –Beatty asiente. –Y como no tenía trabajo, y era un romántico fracasado, o lo que fuese, me presenté para la primera clase de bomberos. Primero en subir los escalones, primero en entrar en la biblioteca, primero en ese horno, el corazón ardiente de sus compatriotas siempre en llamas, ¡rocíenme con kerosene, pásenme la antorcha!

jueves, 9 de julio de 2009

De las musas y los maestros de las palabras...

Antes de postear el cuento de hoy, quiero mostrarles còmo el maestro Manuel Mujica Làinez podìa describir a una mujer, con calidad y estilo y, a la vez, usar tèrminos sencillos, nada decorados. El tema es la forma, es el còmo, es ese “no se qué” que tienen las palabras simples en manos de un artista. En fin, es el Arte con mayùsculas, ese que todos los que esgrimimos humildes bolìgrafos azules, queremos imitar tratando de que nuestros sencillos trazos se parezcan en un mìnimo a los de los Grandes Maestros de la pluma. Ahí va el párrafo extractado de La Casa, de M. Mujica Làinez:

“A los cuarenta y pico, Rosa seguìa siendo una hermosa mujer. Habìa engrosado, como es natural, y eso que tenìa de adormecido, de voluptuosamente desmayado, eso de las lentas pestañas y la boca mòrbida y las redondas caderas, habìa acentuado su criolla languidez, conservando intacta la llama del deseo de Benjamín.”

Luego va mi cuentito, La Musa de la Bella Edad, que escribì hace un par de años tomando como imagen y musa a mi sobrina Soledad, sus desventuras casi amorosas, sus anhelos y futuros posibles… Y sobre todo, su bondad y la belleza de la que es dueña, ùnica e irrepetible. Sole, un beso inmenso para vos, en uno de los mejores momentos de tu vida, ya lo conocès, el cuento fue para vos y hoy lo compartimos con el ciberespacio… Una expresión de deseo…para Sole… que se cumplan todos tus sueños!!!!

La Musa de la bella edad

Tuvimos nuestra primera charla el día de su aparición en casa.
El otoño llevaba un mes sin acabar de instalarse. Todo era de un sepia agrisado en el húmedo jardín. Salvo por las rosas lilas, que tardías, mojaban los dulces pimpollos en la fría llovizna de abril.
La vi sentada una mañana en el banco de hierro y madera, en el jardìn. De espaldas a los pinos. En aquel asiento de plaza que disfrutaba del sol tibio de las tardes, todos los días. Inclinaba la cabeza de ocres y dorados. Las mechas lisas, más rubias, y las ondeadas, ambarinas, caían a los costados de la cara que sostenía con ambas palmas. Los codos los apoyaba en las rodillas ocultas por la túnica blanca de gasas y algodones. Atuendo algo liviano para esa época del año. Sobre todo por el pequeño hombro al aire, que le daba un aspecto de deidad griega salida de un libro de mitología.
El viento helado me erizó la piel cuando abrí la puerta decidida a encarar a la intrusa del parque.
Ella notó mi curiosidad. Poniéndose de pié, me enfrentó. Me quedé unos segundos pensándola estampada en una tela, pintada al óleo, sería un cuadro precioso. Tuve ganas de plasmarla, de veras. Pero el arte pictórico no era mi fuerte y desistí.
Ella seguía quieta, menuda, casi adolescente, con su liviano atuendo y su cabello encendido danzándole alrededor. Tan blanca como el vestido... era como una aparición. Una imagen de otros tiempos.
Temerosas las dos, nos acercamos una a la otra y, tomando la iniciativa, le pregunté quien era.
-Soy Soledad – susurró y pude atisbar el rostro juvenil, bañado de esa palidez sin pliegues que se ostenta cuando no se tienen muchos más de veinte años. Los ojitos alargados, titilaban llenos de inquietud, brillando como quien acabara de llorar por amor, como plagados de interrogantes. Una neblina de tristeza velaba su mirada de carey, como si su nombre fuera un sino que quisiera desmoronar. Su belleza iba más allá de lo habitual, desde su interior pugnaba por salirse de algùn molde, o sería su aguerrida lucha con el destino, o quizá su profundidad al mirar, un océano plagado de corales, de vírgenes cavernas, de inexplorados tesoros enterrados. Mar abierto, esa era la imagen que me generaba, ella era mar abierto, desde las pupilas para adentro.
Y con esas dos palabras “soy Soledad”, me había devuelto la poesía que creía muerta para siempre. Sólo diez letras y yo volvía a ser yo, gracias a una intrusa etérea que se habría escapado de un baile de disfraces.
-Yo soy Marta –le contesté y ella sonrió, como si me conociera de siempre.
-Escribe, vine para eso –sentenció divertida.
Yo estaba anonadada. Enmudecida. Ella empezó a gorjear un palabrerío incomprensible. Yo no la escuchaba. Sólo la miraba. Pensaba en qué se habría creído aquella chiquilina, irrumpiendo en mi casa, con aquellas ínfulas y pretensiones. Pensé en mi esposo y en los celos que me provocaría que vea semejante criatura. Una jovencita llena de vida y en aquella edad radiante que yo había transitado hacía ya más de diez años. Una Musa…
-Hace más de un mes que no escribes, yo vine para eso, él no me verá nunca, sólo vos lo harás –disparó como si me hubiera leído la mente.
Corrì a la casa a buscar mi cuaderno y, tomando asiento a su lado en el banco, empecé a llenar renglones de perlas y encajes, de colores y texturas, de acuarelas y óleos. Los poblé de amores no correspondidos, equivocados, incestuosos, tortuosos y también felices. Filosofé sobre la vida, sobre mis contradicciones, hice ficciones, suspenso... Y todo, en los días que ella pasó conmigo. Mientras yo dibujaba mis palabras, ella se entretenía danzando descalza sobre el pasto. Cantaba, a veces hablaba sin parar. Daba volteretas, giraba, a veces hasta volaba. De pronto miraba al sol y luego, cuando me miraba a mí, sus ojos de caramelo lanzaban destellos enceguecidos de luz que me atravesaban. Era pura energía, se bañaba con las gotas heladas de rocìo que caìan estrepitosas desde los pétalos de mis rosas al suelo, transformándose cada día en un ser más luminoso, transparente y sabio. Cada conversación con ella era más rica y esclarecedora que la anterior, y yo no quería que aquella magia acabase nunca.

Pero así como en mi mundo todo puede ocurrir, una mañana, Soledad, ya no estaba en el jardín. Yo seguí inundando de versos y prosa mi cuaderno desde el banquito soleado. Creo que la esperaba. Mucho tiempo pasó. Nunca más volvió.

Una mañana, Enrique, mi esposo, me despertó sobresaltado. Nervioso, me decía a borbotones, que su sobrina, la que se había ido a España diez años atrás, y que yo apenas conocìa, volvía esa tarde. Aquella ex-niña, llamada Soledad, vivía una vida plena en la madre patria. Casada con Diego, aquel hermoso y volàtil muchacho que quisiera desde siempre y que la siguió cuando ella, cansada y desilusionada de sus cambios de ideas y su amor indeciso, encontró en el intercambio estudiantil, una oportunidad para escapar al que creía se le esfumaba de las manos.

Soledad y Diego bajaron, como dos ángeles de visita en la tierra, por la escalerilla plateada del aviòn. Enrique, a los gritos, agitaba los largos brazos hacia ellos. Ella lo vio, corriendo se acercó a él y se fundieron en un abrazo inundado de lágrimas de las buenas.
Luego, cuando hubo terminado la efusiva bienvenida del tío, se soltó y, mirándome, se me acercó lentamente.
-Marta, hola! –me dijo, aferrándose al tímido abrazo que yo le ofrecía
Ella notó mis ojos de sorpresa. Mi temblor. Era ella? Soledad? Era “mi” Soledad? Como si hubiera leído mi mente, o quizá fuera la casualidad, arrojó cuatro cristalinas y tranquilizadoras palabras a mi cara:
-Sí, soy yo, Soledad…

jueves, 2 de julio de 2009

A mi amigo Polo y por èl... Gracias!

Miguel Angel Yañez Polo (Polo, para ), es un gran escritor que tuve el honor de conocer vía chat y mails, hace ya varios años. Me otorgó desinteresadamente horas de su tiempo, corrigiendo muchos de mis cuentos, dándome su opinión y animándome a intentar nuevos estilos en cada uno de ellos. Hasta me mandó todos sus libros por correo!!! Se puede decir que es un Gran Amigo!
Polo suele escribir ubicando sus historias en el siglo XVIII, entre condes y duques, y su lírica a veces cómica y a veces trágica, es digna de ser leída y estudiada. Si bien hace realismo mágico, no es algo evasivo de la realidad, al contrario, puede, desde ese lugar, criticarla y diseccionarla, si se quiere, y lo hace usando su pluma como bisturí, ya que la medicina es su profesión de base. Aquí, no se lo ha conocido mucho, y vale la pena leerlo. Ha sido amigo de Sábato, ha escrito ensayos, biografías y varias novelas.
-Polito, querido, por ahí andan tus comentarios sobre alguno de mis cuentos, en este mismo blog, te lo agradezco, en mis archivos tengo tus palabras, los apuntes que me dabas, y en los libros, tus dedicatorias... Siempre te recuerdo con una sonrisa y cada tanto, charlamos un ratito.

Y todo este introito es para comentarles que el cuento Secreto de Confesión, es un cuento que me generó Polo, cuando me daba sus inspiraciones, una idea, un cachito de alguna historia para que yo creara algo. Y porque la historia de San Josè de Cupertino me la contó el, y me pidió que hiciera un cuento ficticio relacionado, fue que hice éste y, como a el le gusta... situado en el siglo XVIII, con el lenguaje mas clásico que pudiera lograr (nuestro castellano de voseo y todo eso, no le gusta mucho!) y el mismo lo corrigió y criticó con toda la dulzura que lo caracteriza.
Ahora, a mi amigo Polo y por el... Gracias! y viajemos al pasado por un ratito

Secreto de Confesiòn

El verde líquido de la mirada del padre José la había obligado a confesarse cinco veces aquella semana.
Llegaba acompañada de su doncella, una alemana culta, refinada, de cutis blanco y agujereado como la luna.
En aquel joven siglo XVIII, las niñas de buena cuna jamás salían solas, ni siquiera para ir a la iglesia.

Era todo un acontecimiento, toda una experiencia para una moza a punto de caramelo, como ella, llegar a la caseta confesional, arrodillarse, decirle al curita joven, un ¨sin pecado concebida¨, lo más dulce posible. Y a partir de ese momento, comenzar a inventar pecaditos perdonables. Alguna mentira inofensiva, algún arranque de iracundo caprichito. Lo que fuera y, mientras tanto, buscar entre el diamantino enrejado de maderitas cruzadas, los voladores ojitos gatunos, del italiano de Cupertino.

Y cuando los ojos rezaban y la bendecían subían bien alto, parecían tocar el techo del confesionario. Y cuando luego se cerraban y desaparecían, bajo la melena lacia del padrecito, parecían caer desde una alta colina, del color del césped de invierno, a veces redondos y a veces estirados. Era todo un caso, el de los ojos flotantes del sacerdote italiano, que merecía ser contado más tarde a las primas que venían de visita a la casona sevillana.

¿Qué hacía el cura, dentro del oscuro confesionario que sus ojos llegaban al techo? –se preguntaban
Acaso era una broma del joven, que al ver a una igual confesarse, se burlaba, subiendo y bajando de la silla o algo por el estilo? –se rompían los sesos devanando este asunto las flores más bellas de España, sentadas junto al fuego, con sus sedas y encajes desparramados a su alrededor.

Todas reían sorbiendo sus tes y sus chocolates calientes, revoleando rizos morenos, rubios, castaños, y algunas unos resortes inmensos y de un rojo incendiario. Todas idénticas muñecas vestidas a la usanza, con mantones que competían en colores y bordados a cuál más rebuscados.

Pero claro, aún con el misterio sin resolver, asistían prontas a la misa del domingo. A la del mediodía, para tener más tiempo de arreglarse. El padre José, daba los mejores sermones. Era todo ternura, ayudaba a la gente carenciada, a los enfermos, a los perros hambrientos. Desde su llegada, su dulzura había eclipsado a Sevilla, como a las más jóvenes de sus hijas.


Pero aquel sermón de domingo de ramos, el padre José de Cupertino, comenzó la misa arrebolado. Los fieles lo miraban absortos. Todos se asombraban de que tan gallardo varón hubiese tomados los hábitos y se hubiese ordenado siendo tan joven. O al menos así lo parecía.
En los últimos tiempos se había tornado algo rebelde, dejando crecer su cabello casi hasta los hombros. Muchos, envidiosos de su carisma, decían que se creía el mismísimo Jesús.

Pero en un determinado momento, en plena misa, el secreto de los ojitos voladores, fue develado.
El sacerdote, afiebrado, en pleno padrenuestro comenzó a elevarse. Los largos pies del altísimo joven se alejaban peligrosamente del suelo, sin notarlo siquiera. Rezaba como un poseso, sacudiendo la cabellera renegrida y lacia hacia ambos lados y, de repente, se encontró flotando sobre el púlpito, muy alejado de la gente, ya no veía sus caras, apenas escuchaba el murmullo y algunas carreritas de los que los se asustaban y huían.

Pero la joven confesada, seguía allí, junto a sus primas y parientes, mirando absorta a su amor imposible. Al levitante, enamorado de su culto, fervoroso devoto de Dios, y pensó en las tonterías que se había fabulado. Hilillos nacarados recorrieron las manzanas de su cara y sin asustarse, ni huir, ni deprimirse, ni nada, comenzó a rezar y animó a los demás asistentes que aun estaban allí, a hacer lo mismo.
La joven estaba presenciando un momento de manifestación de un amor privilegiado, un amor celestial, un amor que ella supo que nunca podría darle. Y mirándolo a su rostro iluminado, no dejó de rezar, y él devolviendo rezo y mirada, abrió los brazos en cruz, levantó la cara para el cielo y sonrió como nunca lo había hecho antes. Emitiendo una luz opalina, poblada la boca de perlas brillantes, de lado a lado, como dotado de una voz inmensa, cantando vivas al Señor, feliz, como nunca antes se había visto a nadie.