sábado, 26 de diciembre de 2009

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mi ayer...


Mi Ayer…

Leyendo al Señor Bradbury supe que tengo piedra libre! Me autorizó a mantener en un lugar dentro de mi mente,…mi ayer.

Hoy me confirmó que no está mal que conserve mi colección de revistas de amor Intervalo, aunque ahora solo lea “literatura”. Me autorizó a sumar. Sólo a sumar en mi vida. A amontonar experiencias sin descartar las antiguas, las pasadas, las de mis distintas edades. Y hoy sentí que ya no estoy sola. Estoy rodeada de todas aquellas Martas de mi historia. La de cinco, la de diez, la de quince, hasta la de antes de ayer. Y junto con ellas, de toda la gente que me ayudó a crecer en aquellos momentos…

Cuantas escenas de ciencia ficción, o realismo mágico encierra la vida de un ser humano!

Puedo ser, cada vez que lo necesite, esa nena de cabello rubio y piel nacarada. Aquella cuyo almuerzo ideal, no era en un restaurante mexicano, jamás un asado, menos, algo que fuera verde... Esa Marta en miniatura que compartía, mitad y mitad, medidas con regla, el sándwich de queso con su mejor amigo, el “negro”, aquel perrazo mestizo y oscuro que vagaba en el monte correntino, hasta que el amor desmesurado por la nena y las comidas que ella odiaba, lo esclavizaron voluntariamente hasta la muerte…

Pero lo mejor de todo, Señor Bradbury, es que si conservo aquellos banquetes compartidos con el perro, aparece también un joven de porte imponente de unos treinta y largos y uniforme color cafè con leche… que resultaba ser mi viejo. En cuyos brazos arremangados despertaba cuando me alzaba adormilada de la montañita de arena en la que jugábamos el negro y yo, luego del mediodía. Con aquellas situaciones a resguardo, volvieron los besos aroma colonia Atkinsons que depositaba silencioso en mi cabeza y en la de mi amigo, para dejarnos acomodados en la cama arriesgándose a la ira de mi madre, preocupada por los gérmenes.

Volver a sentir aquel tiempo…! Las pieles tensas de mis padres; los desfiles de los marineros con el río color ladrillo de fondo, la tierra colorada bajo mis pies de cinco almanaques...; aquel primer y desconocido pecado… Ese adolescente aindiado que practicaba conmigo caricias prohibidas en una casita de madera, frente al destacamento de prefectura en donde vivíamos mi familia y yo, sin que nadie pensara en el peligro latente… Escapadas inconfesables…besos largos y enormes para mi cara…y al fin hoy puedo permitirme recordar sus negras cejas y sus inmensas manos morenas sucias de tierra secreteando bajo mis blusitas risueñas..., y extrañamente, las volvería a besar agradeciendo aquella dosis oculta de amor que conocí tan precozmente.

Y le pediría de nuevo, altanera, a mi padre con aquella vocecita aùn iletrada que fue mía, tan engreída como caprichosa, que meta al calabozo al marinerito aquel (rápidamente ascendido) que, viéndome jugar entusiasmada con una peligrosa Yarará, tuviera el tupé de dispararle salvándome la vida, pero destrozando en mil pedazos aquel colorido juguete nuevo…

Cuántas he sido desde aquella rara infancia…, cuántas soy, cuántas historias…., ha saltado la tapa de la olla a presión, quiero servirlo todo dentro de mis cuentos como un potaje de intrincados ingredientes y sabrosas especias, para poder revivir cada edad… cuando quiera…

Gracias, por el permiso, señor…

martes, 15 de diciembre de 2009

De la modernidad y otras yerbas...

Hoy me preguntaba què fue de aquellas diferencias que tanto adoraban nuestros compañeros del sexo opuesto. Aquello del ondear de la carne femenina, de la que tanto hablaban los poetas... o del òvalo perfecto de un rostro... o de la contundencia de una cadera... Parecen cosa de libros de historia del arte... Pero sin ir màs lejos... Nuestra Coca Sarli, hoy serìa una participante de Cuestiòn de Peso, si este programa siguiera.
De què hablaràn hoy los nuevos poetas... de otros temas... supongo, no de mujeres...
Claro, si cuando veo a nuestras modernas ideales de belleza femenina, veo casi lo que les describo en el cuentito corto, màs abajo, veo casi casi, a un hombre... mujer.
Quièn ideò todo esto? Por què hay que pasar la vida midiendo centìmetros y evitando que un muslo se mueva solo... y si rebota què? se termina el mundo acaso?
Al contrario... creo que la mayorìa de los varones estàn siendo vìctimas de nuestras ansias de ser igual a ellos... hasta en el cuerpo... y estàn dudando... y estàn cambiando...
el tema es cambiando para adònde... aùn los queremos aquì... aunque no les prestemos atenciòn en nuestra carrera del gimnasio al baño y del spa al cirujano... queremos seguir disfrutando de la diferencia!!!!!!!!!
Abrazos enormes... y por allì abajo hay una poesìa que no me habìa animado a mostrarles porque hace rato no andaba de poeta... pero vale, todo vale para despuntar el vicio que tenìa algo adormilado.

Reneè, o... como quieres que te quieran?

Rennè o… còmo quieres que te quieran?

Rennè acomodaba la cortina de cabello platinado con los dos brazos en alto para poder lucir la melena más larga y lacia de la fiesta. Era pelo natural, claro, Ernesto podía pagarlo, había sido siempre un buen amante, rico, considerado, generoso…
Estaba sentado sobre la cama…con las rodillas separadas y la corbata esperándolo sobre una de sus piernas. Miraba las tarjetas de invitación a la fiesta de fin de año de la empresa. Le habían dado un puesto importante, un ascenso, finalmente. Reneè era lo ideal para sentirse un ganador completo. Para humillar a los demás, con sus esposas comunes y corrientes, y cargados de hijos...
Reneè seguía con sus afeites y preparativos… usaba sus grandes y finas manos para untarse un poco mas de máscara para pestañas y profundizar aun mas su mirada verde…
De reojo observaba con satisfacción sus miembros delgados, de torneados bíceps deseados por tantas mujeres en el gimnasio al que acudía. Sonrió estudiadamente para probar la elasticidad del relleno de sus labios rojos… y los encontró bastante naturales, hasta los hubiera preferido más llamativos para provocar de verdad, pero quería combatir esa tendencia a lo bizarro y se anotaba en las sutilezas... La mandíbula, decidida, avanzaba sobre las mejillas hundidas que todas deseaban tanto,… y los pómulos altísimos daban el toque exótico y sensual a su rostro anguloso y moderno.
Ernesto entró para apurar un poco los trámites de producción. Tomó la caderita angosta con ambas manos. Falta algo aquí –opinó. Reneè aclaro que estaba igual a una muñeca Barbie, apenas unos centímetros menos de cintura que de cadera, un imposible... El, no demasiado convencido, pero igualmente conforme, tomó los grandes senos ingrávidos, sopesándolos.
Reneè le agradeció otra vez por el costo de esos pechos de colección, pero de un modo menos habitual, simplemente ofreciéndole la recién siliconada boca por unos segundos.
Ya casi estoy –dijo
Vamos-contestó él
Y se fueron caminando hacia el garaje, Reneè de largo, en altura igual a Ernesto, enfundada en su vestido plateado, con la melena ondeante sobre la escotada espalda del diseño exclusivo.
Ernesto tomándole la mano, opinaba que Reneè era la piedra fundamental de su carrera ascendente y de su vida de estilo y suntuosidad.
Pasaron una noche sensacional, bailando y seduciendo por partes iguales, siendo la pareja soñada de la fiesta. Dejando a los directivos convencidos de que tenían al mejor elemento en la vicepresidencia de la compañía. Un tipo decidido, que había sabido inclusive ganarse un trofeo impecable, como Reneè, a quien no hacían sombra ni las estrellas de Hollywood.

Cuando se iban retirando los invitados, Ernesto le deslizó al oído enjoyado la idea de seguir festejando en otra parte. Reneè tomó su carterita de canutillos y piedras y le puso su mano en el antebrazo, para partir con elegancia.

Y el infinito pasillo del Grand Hotel, los vio retirarse, hermosos como dioses de un olimpo especial, caminando con la cadencia de la brisa marina… y nadie supuso cual serìa la conversación que los hacía reír y vibrar al unísono…

Qué pensàs de una pizza, champán y billar, Reneè? -disparó divertido
Por supuesto que quiero! -Gorjeó con voz cascada Reneè

Amor mío! –exclamó el, demasiado alegre por los brindis
No te lo dije mil veces? Eres ideal!
La mujer perfecta es un hombre!

sábado, 12 de diciembre de 2009

martes, 8 de diciembre de 2009

Verdades plasmadas...

Amigo…
No creas que he guardado mis letras
Ni que la tinta de mi pluma se ha secado
O que las musas, mudas, se aburren en mi escritorio
Ni peor aún… que he claudicado…!

Sigo aquí, silenciosa, quizá doliente
Tal vez resguardando mi tesoro en papel de seda
O repasando viejas culpas que aún hieren
Dejándome cuidar por quien más me quiere.

A veces esta boca calla… castigada y merecidamente…
Seduce la verdad, pero plasmada hierve…
Y la musa indignada, con mueca enrevesada
Me cruza la cara con mis palabras como arma…
…y hasta que cicatrice esta herida
permaneceré… callada.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Los dìas grises inspiran...

no siempre cosas bonitas...
Pero bueno, lo ideal es cada tanto despuntar el vicio, sacar punta al làpiz y hoy es uno de esos dìas en que me tocò la catarsis.
Sì, no todo es ficciòn en la vida... a veces hay que psicoanalizarse o auto psicoanalizarse y yo uso a este terapeuta virtual y luego, me desentiendo del problema. Eso sì, lo sigo teniendo, pero por lo menos, siento que alguien me ayuda a acarrerarlo.
Un abrazo inmenso
buena vida, aprovechen el dìa!!!!!!!!!!

Cómo eras?

Cuando al pasar me veías, adoleciendo sobre mis papeles, despuntando palabras y buceando en sueños extraterrestres…, no hacías más que preguntarme…
-”Escribís sobre mí, alguna vez?”

Yo lo negaba con la cabeza despeinada. Y un codo sonrojado borraba lo que había escrito la mano…, y volvía a empezar, para intentar, la imposible misión de complacerte.

Hoy, la nueva vos, enferma de cortar páginas de almanaque, me olvida una y otra vez. Mi identidad se le escapa y no comprende que el tiempo es como un vendaval huracanado que se lleva lo superfluo, y luego habrá que ver que es lo que queda….

Recuerdo un peine de carey, dorado el mango deslizándose por las ondas de cobre encendido de tu cabello. Enmarcado por el espejo del “toilette”, veo la perfección de tu rostro satinado. Vienen a mí los perfumes rosados de cremosa cosmética que enmascaraban la tristeza desde tus mejillas y hasta las sienes. Suena aún en tu casa el “fru fru” de las sedas de aquellas “robs de chambres” parisienses que se disputaban su lugar sobre tu cama. Y esa mirada inmensa que hundías en las personas, clavándoles la idea del enigma que esconderías en el destello de tus ojos arábigos.

Pero no hubo misterios en tu anatomìa, no hubo cuestión que te inquietara. Eras solo una pantalla cinematográfica, la cadencia de las caderas de Marilyn, la elegancia de un perfil de la Garbo…, únicamente eso. No apareció el motivo que justificara la vida preciosa y simple que te encarcelaba…
Y cuando a la belleza se le dio por marcharse…, arrasó con todo y no ha quedado nada.

Campo yermo. Libro de páginas en blanco. Semilla sin germen. Cáscara vacía que exhala temor y miserias. Contenedor desfondado en donde arrojo como al vacío todas las culpas que no merezco… y la pesada herencia de obsesiones acarreadas cual virtudes.
Y el tiempo…, siempre el tiempo… que no da tregua, que no permite segundas oportunidades, que va borroneando tu hermosa imagen como reflejo visto en el fondo de un pozo oscuro…

…y contagiada de vos, madre,… comienzo a olvidarme como eras.

martes, 20 de octubre de 2009

Recordando letras de Borges...


“Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito, están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales.
Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra.”
JORGE LUIS BORGES

sábado, 10 de octubre de 2009

Si, cuando tengo oportunidad... dibujo y pinto...


En este sàbado lluvioso intentarè mostrarles aquella otra forma de expresiòn que cada tanto me aflora, y , aunque soy autodidacta, cada vez que puedo intento perfeccionar.
No me pidan que estudie nada que no estè en internet, o en algùn suplemento de biblioteca, no es para tanto... las academias estàn lejos de mi... por ahora...
Aquì les muestro, este que acabo de terminar y serìa algo asì como Emulando a Modigliani... con mi estilo algo naìf, algo fuera de molde, jaja, como siempre... pero buscando... intentando... amando...
Abrazos inmensos

viernes, 9 de octubre de 2009

Hoy no tuve ganas de escribir...

Y... a veces pasa..., que vienen èpocas en que me dedico un poco a otras cosas. O ando con la cabeza decolocada, entre ires y venires de la vida cotidiana.
Es en esos momentos en que pienso en acallar esas voces que me traen historias o hacen que camine por la vida pisando cuentos, por todos lados...
Pero aùn asì, difìcilmente logro deshacerme del todo de las letras y expresarme por entero, de otro modo...
Y ayer, entre pitos y flautas, y como el pan que pretendì hacer, espantando a las musas inmateriales, no levò en su molde, y mi cabeza seguìa girando entre otros quehaceres, finalmente, en la noche saliò este texto, que publico de todos modos, contra toda certeza, y que pretende ser algo asì como una narraciòn realista y màgica a la vez.
Es cortita, espero guste, o al menos arranque una sonrisa, o alguna reflexiòn.
En mi caso, la de no dejar nada nunca para mañana! Menos, si de escribir se trata!
Abrazos inmensos!

Acallando el silencio...

Hoy, ni bien abrí los ojos, percibí el estruendo sordo del silencio…
Veía venir un día perdido, mis planes, echados por tierra, y todo… todo por ese atronador silencio que se apodera de vez en cuando de mis sentidos.
Me levanté subrepticiamente, porque lo sentía distraído en su marea volcánica de sensaciones, pero los perros que duermen en mi casa, al despertar conmigo, lo alertaron y comenzó a acosarme.
Mi idea primigenia era dedicarme a tareas domésticas, no a conversar con ese silencio atroz que si bien es musa y, en su delirio, me ayuda a concebir mis mejores cuentos,… también es a veces, un obstáculo.
Con el primer café en la mano, y mis medicinas tragadas y disueltas en mi estómago, salí al jardín, a organizar mi jornada. El silencio me seguía… Estaba donde yo estaba, miraba lo que yo miraba… el rincón donde plantaría las tomateras, la rosa amarilla recién abierta, el limonero otra vez con pulgones… Y, por más que hacerme la tonta me sienta bien, mi gran silencio de brazos cruzados y mirada insistente, allí seguía, a centímetros de mí, respirándome en la nuca…
Argumenté, para disuadirlo, situaciones ciertas… El pasto necesitaba límites, el ligustro trepaba sobre la paja del quincho conquistando territorios vecinos, y también, pedía a gritos, un poco de educación… Incluso las hojas acumuladas en la vereda, se movían inquietas, ansiosas, esperando ser tomadas por asalto y destinadas a la bolsa de desperdicios ya que el recolector de basura no tardaría en pasar…
Pero mi silencio no entendía razones, decía tener una idea, sopesaba personajes, medía circunstancias, y según su criterio, la cuestión no podía dilatarse más.
De todos modos logré mantenerlo a raya, no pudo impedirme tomar el ansiolítico que siempre lograba acallar mis demonios….
Y asì lo hice...
Mientras trajinaba, atareada, peinando el verde caos, muñida de rastrillos y palas, lo veía de reojo sentado, con su musculosa anatomía desparramada sobre la silla playera en la que permanecía, algo así como atontado, y con una mirada de buey degollado que partía el alma.
Pero el asunto es que hoy logré acallar este silencio escandaloso, lo dejé de lado, y ahora me pregunto si no habré hecho mal…
No se si mañana, cuando me siente finalmente a escribir, este silencio silenciado recordará lo que tenía para decirme…

viernes, 2 de octubre de 2009

La espera...

A veces la espera puede ser dulce...
A veces puede inducir a avivar una pasiòn...
otras veces, la espera incluso...acerca a una reconciliaciòn...
Pero cuando la espera se hace rutina...
Sòlo anticipa, la muerte de un gran amor...

domingo, 27 de septiembre de 2009

De misterios irresueltos...

De pasiones y misterios està hecha la vida, no? No podemos saberlo todo, de hecho nos quedamos siempre, en la vida real, con alguna de las versiones de las muchas historias que pueblan nuestras vidas... Entonces, por què pretender que las historias de la literatura nos cuenten absolutamente "todo"?
Mejor si en el misterio literario, y en los eternos laberintos de las pasiones humanas, queden... asì como semillitas panaderas al viento... los muchos misterios y soluciones posibles que ponen el condimento a toda historia... para alimentar y dejar volar nuestra imaginaciòn.
Los dejo con la historia que sigue y espero que la disfruten, cafecito o mate en mano, en esta tarde lluviosa, o en cualquier otra!!
Abrazos...

Victorian Assylum

Al anochecer, cuando llegaron a destino, Delfina notó que el dedo en el que llevaba el anillo de bodas aún le dolía...
Ese día, cuando partieron, una cortina gris de neblina entristecía la mañana. Al rato de conducir, las profundidades moradas que hundían los ojos de su flamante esposo, se disiparon, como la niebla, esa niebla presagiosa, que así como venía, se dispersaba. Como si Quinquela, desde el cielo, diera vida, al desdibujado boceto del paisaje.
Se instalaron en el “bungalow” cuando el sol ya se había ocultado y la noche aún se hacía esperar. Afuera, la laguna era un óleo de bamboleantes cintas rosadas y celestes. De pronto, ese espejo fue solo una lágrima abandonada en el suelo de la bahía, con la superficie agrietada por el regreso de las lanchas hacia la costa.
Carlos, indiferente, comenzó a desempacar algunas cosas. En su cabeza resonaban las palabras del viejo, “Solo si se casa con Delfina podrá volver a pisar esta casa”.
Primero, sacó la caña de pescar y luego, todos sus enseres. No la miraba. Pero ella siempre supo que nunca la había querido de ese modo.
Los momentos de tensión habían pasado. El grito de dolor de ella, cuando en un arranque de nervios le quiso sacar a la fuerza el anillo, lo hizo entrar en razones. Después de todo, Delfina era también una criatura manipulada por un hombre enfermo de soledad y culpas.
La enorme cama nupcial dormía plácidamente debajo de los novios. Distanciados y en silencio, ninguno de ellos había podido cerrar los ojos.
-Tu papá me obligó a esto, no te lamentes ahora, porque vos no quisiste negarte. Tampoco pretendas que yo haga de esposo porque bien sabés como me siento.
-Perdonáme pero mi hermana nunca hubiera podido casarse, ya sabés cómo está ella. Papá hizo lo mejor. La verás todos los días… y… además yo siempre te quise mucho.
Carlos le dio la espalda y lloró un río de diez años.

Diana, sentada en el jardín, permanecía con la mirada perdida en algún episodio de su infancia, en la cual se había recluido hacía algún tiempo. En aquel instante intentaba recordar qué uso solía darle al ábaco de pequeños garbanzos dorados que tenía entre las manos.
-¡Papá!, llamó de pronto, -hace mucho que no viene Carlos a visitarme. Y Delfi, ¿dónde está? Me siento muy sola, ¡papi!
El hombre, cansado de repetir una y otra vez las mismas cosas, se acercó y le recordó por enésima vez que su hermana se había casado con Carlos y que estaban en viaje de bodas. Le dijo que pronto estarían viviendo todos juntos en la casona y que la familia comenzaría a crecer. Cada tanto, observaba la suavidad de sus rasgos, el rojo fogoso del cabello que peinaba en dos gruesas trenzas que trepaban por su cabeza y se unían coronándola en un ramillete de azahares o de violetas. Parecía una mujer alegre y normal, si no se tomaban en cuenta las oscuras cicatrices que surcaban sus muñecas. En ese momento, una diminuta flor se desprendió del tocado y se deslizó lentamente por la línea de la nuca. La inundó un escalofrío y al notar la mirada del padre, le dirigió una única sonrisa que lo paralizó. Como si Dios castigara abiertamente su pecado, ella se estaba volviendo idéntica a la madre.


Carlos encarnaba con cuidado en su anzuelo, un gusano mitad blanco, mitad marrón que se retorcía tratando de liberarse de su destino. Era imposible, el filo plateado había atravesado su cuerpo de lado a lado. Ahora volaba hacia el centro de la laguna y caía velozmente hacia el oscuro abismo, para quedarse allí hasta que llegara la presa. En la superficie, justo sobre él, una boya anaranjada delataba su presencia y en ella se fijaban los ojos del pescador.
Se sentía un anciano a pesar de sus treinta años. Recordó la fiesta, casi infantil, que habían dado un par de semanas atrás para los veintinueve de Diana, las miradas que el viejo le dirigía y que ella no percibía, la extraña muerte de la madre, que parecía vivir en un estado de depresión permanente y despreciando a su esposo e insultándolo cada vez que podía. Miró hacia la ventana iluminada de la pequeña vivienda y se sintió un traidor. Allí la chica, una docena de años menor que él, jugaba entusiasmada a ser la señora de la casa.
Desde que habían llegado al lugar, cada anochecer, le parecía ver a Diana ya curada, caminando hacia él, sonriente sobre el agua. Por eso pescaba hasta tan tarde. Creía verla radiante, como cuando estudiaban juntos, en aquellos lejanos años antes de la tragedia y la locura.
Todavía no había pique y seguía esperando a ver qué pasaba, cuando Delfina se le acercó trayendo una bandeja con sándwiches y comenzó a susurrarle:
-Carlos, hablé con papá y me dijo que el día que nos fuimos decidió internar a Diana en un asilo para enfermos mentales. El doctor le recomendó que la aleje de los recuerdos de mamá por un tiempo. Le dijo que el misterio de la muerte guardado en la casa durante todo este tiempo, no había hecho más que empeorar su estado.
Todo cambiaba repentinamente. Se quedó mudo. Las palabras de la chica lo golpearon en el pecho como una piedra arrojada al medio de la laguna. Pasó de ser un traicionero, a sentirse un idiota traicionado.

Observó a Delfina, por primera vez, pero la mirada insensible de la chica, lo golpeó de nuevo, más fuerte aún. Se levantó mareado. Clavó los ojos en la tenebrosidad del lago y sobre la alfombra perlada en cuyo extremo dormía la luna, vio venir caminando despacio a Diana. Desamarró uno de los botes de madera que flameaban suavemente en la costa y se fue.
Hilos de sudor corrían por su frente. Se le mezclaban con las lágrimas. Los brazos forzando los remos y su camisa blanca pegada al cuerpo, lo volvían una imagen espectral. Sabía que la ilusión provenía de la oscuridad de su mente. Las ondas del lago modelaban un cuerpo inexistente. Soltó los remos y las convulsiones provocadas por su llanto destruyeron la figura femenina sobre el agua.
Estuvo allí un buen rato. Tanto, que poco a poco, en la orilla, las luces de los “bungalows” se fueron apagando.
Se acostó en el bote. Era tan alto que sus pies sobresalían a proa. No se durmió, tan solo contaba las estrellas de sus culpas. Y descargaba todo el caudal cristalino de sus ojos grises.

Recordaba cuando Diana apareció en su clase. Todavía no tenía dieciocho y era más atrayente que el fuego. Enseguida quiso arder entre las llamaradas brillantes de su pelo. Pero lo tranquilizaba su mirada verde agua. Fue un solo año, pero fue hermoso. La juventud de ambos. Encontrarse bellos, seductores, el uno hacia el otro.
Conquistarla fue sencillo, porque era una joven simple. En respuesta a sus reiterados halagos, dulces y flores, un día giró la cabeza y le dijo que era el muchacho más buen mozo de la universidad, que qué era lo que le había visto a ella. El le contestó que, justamente eso, la vio a “ella” y entonces, nunca habría nadie más.
Luego vino ese amor adolescente que incendiaba el auto de él tantas veces como había oportunidad. Ella se iba transformando rápidamente en mariposa, ayudada por ese amor visceral que él le regalaba. Por supuesto, el estudio quedó bastante marginado. La carrera elegida, entonces fue otra… Hasta el padre había notado el cambio. La nueva belleza de Diana, su nuevo cuerpo, que lo perturbaba, hicieron que quisiera conocer pronto al tal… Carlos…

Quería recordar sólo lo bueno. Lo otro… lo malo, enterrarlo… Se incorporó. La ropa empapada ahora le helaba la piel oscura. Varios surcos partían desde los vértices exteriores de sus ojos y le cruzaban el rostro anguloso. Reflejos de su angustia, de su padecimiento de estos últimos años.
Empezó a remar a toda velocidad. Su torso se ensanchaba esforzado. Pensaba en ella y remaba. En el vaivén de aquel auto viejo. Más fuerte remaba y le dolía el alma. Pensaba en ese cuerpo voluptuoso que cubría con la túnica de su cabello encendido, para enloquecerlo.
Ni bien llegó a la costa, se bajó afiebrado. Entró a la cabaña. De unos manotazos se quitó la ropa. Se arrojó pesadamente en la cama y sacudió de los hombros a Delfina que dormía desde hacía horas. Asustada y por sorpresa le separó las piernas con sus rodillas y la poseyó violenta, impiadosamente. En su inolvidable primera vez un dolor paralizante que no pudo soportar la dejó inconsciente.
Carlos nunca imaginó que haría algo así en su vida. Sentía nacer un hombre horroroso que siempre había habitado dentro de él. Y ésta, no era la primera vez que se asomaba y lo dominaba por completo.


El viejo caminaba nerviosamente con los brazos detrás del cuerpo, en la soledad del amplio hall. Tenía los ojos húmedos. No soportaba la ausencia de su hija mayor.
Diana siempre había sido su obsesión. Su belleza lo apabullaba. La imagen que ella había visto de el…y había borrado… lo trastornaba. Ahora ella era también la culpa que doblegaba su corazón. Las profundas arrugas de su cara cambiaron la ruta de una lágrima que escapó de sus ojos. Golpeó furioso con el puño la pared y aulló. Tomó las llaves del auto que estaban sobre la mesa de mármol rosa del comedor y salió.


El nuevo Carlos volvió a llenar las valijas y una vez que tuvo todo listo, a primera hora de la mañana, tomó a su llorosa esposa y la subió al auto a la fuerza. Quería llegar al caserón para zamarrear al viejo hasta que le diga que hizo con Diana e ir a buscarla de inmediato. Se sentía un idiota, pero sentía una agresividad en su interior que parecía satisfacerlo, de alguna manera. Había cambiado, aunque era un poco tarde para eso…

Ni bien estacionó frente a la casona familiar, la pequeña corrió a su antiguo cuarto de soltera. El buscó a su suegro a los gritos, hasta darse cuenta de que había salido con el auto. Después de bajar el equipaje del coche y arrojarlo en el medio del salón, maldijo y se arrojó en un sillón a beber hasta embriagarse.

Bebía en la oscuridad cuando un sonido de llaves llegó hasta él. El anciano entró en la casa y al prender la luz se encontró con el cuadro de su yerno alcoholizado desparramado en el sillón, y un montón de valijas desordenadas frente a él. Carlos no pudo incorporarse, tiró un manotazo hacia el viejo, que éste esquivó y le lanzó la pregunta del paradero de Diana, a los gritos. El hombre no respondió nada y entre sorprendido y ofuscado, se retiró a su habitación sin hablarle. Carlos era una patética figura enrojecida que apenas podía moverse y al que las oleadas del llanto sacudieron hasta que se durmiera completamente.

A la mañana siguiente, se arrastró hasta la cocina en donde encontró una nota del viejo con una dirección. Se quemó la garganta con un café y huyó en su auto hacia allí.

En el viaje pensó en la idiotez de haber creído la absurda historia de que casándose con Delfina, podría tener siempre cerca, a Diana… sin reparar en que tan sólo así, el viejo se lo sacaba de encima, y lo mantenía controlado… Golpeó el volante con el puño cuando recordó que sus pensamientos eróticos sobre Diana, lo habían hecho forzar a la menor, al tenerla tan cerca en la cama… Se sintió más que insensato, no solo el matrimonio lo ataría…

Llegó a una espléndida mansión victoriana toda coloreada de arenas y rosas pálidos. Victorian Assylum, se leía en una placa de bronce en el portón. Con la cabeza a punto de estallar, traspasó la enorme puerta de hierro. En el eterno jardín con varias mesas y sillas para los visitantes, vio de espaldas, al viejo…

Visto desde allí, imaginaba su semblante triunfante de galán maduro de cine, que se queda con la chica. En un banco de madera, con su preciosa gema sentada en sus rodillas… La inmoral y apergaminada mano del viejo descansando en las redondas caderas… y ella, riendo feliz, echando su luminosa cabeza hacia atrás, niña eterna, perdida para siempre…

martes, 22 de septiembre de 2009

El cuento policial

Hoy me propuse intentar el cuento policial. Es un gènero interesante, en que se puede incursionar en otro tipo de literatura. Es muy distinto a lo fantàstico donde me he metido màs, espacio ideal donde las imàgenes y metàforas no tienen lìmites, pràcticamente. Aquì hay que precisar datos, ser concreto, especìfico... Y como justamente, eso no es mi especialidad, aquì va un pequeño intento de esto, y vale como ejercicio literario, si se quiere, para despuntar el vicio de la escritura.
Aquì la poesìa se pierde, dejando lugar a lo que sirva a la historia en sì, y sobre todo, como en todo policial, aparece la historia contada desde varios àngulos.
Emulando a los grandes, asì se aprende, al menos así se enseñan estas cosas, de las que nadie en sì, tiene la fòrmula.
Bien valen todos los intentos. Para luego ir enfilando hacie el estilo que uno decida para meterle para adelante, y profundizar.
Que lo disfruten en un dìa gris, con el mate eterno o un buen cafè!

La Condena

Más bella que un ocaso en la playa, sola, abandonada, caminaba de lado a lado por la terraza de su ostentosa residencia. Miraba fijamente hacia el ondulante parque que la circundaba, sin verlo. Las lágrimas desteñían su mirada felina, la tornaban frágil, a pesar de su imponente contextura.
Al mirar hacia el jardín, alcanzó a ver la menuda silueta de la nueva mucama, acariciada por una nube de oro hasta la cintura. Era una chica quinceañera, que su marido había insistido en emplear. Desde la terraza de su dormitorio parecía mas pequeña , parecía inocente...
Helena sintió un escalofrío y entró a la casa, la saludó el retrato de un hombre joven, cuarentón, como ella, pero rubio, con ojos claros y facciones hermosas. Era su esposo y había desaparecido tres días atrás, sin llevarse nada.

Creyó conocerlo. Luego de casados se enamoró en seguida, de èl y de la vida soñada que le ofrecìa… El era un hombre maravilloso, pero evidentemente, no había logrado enamorarlo. En el corto par de años que llevaban juntos, se dio cuenta de que el matrimonio había sido solamente un contrato conveniente para ambos.
Analizaba permanentemente todos los diálogos que mantuvieron en los momentos previos a que se esfumase sin dejar señales. Se acostó. Sus ojos lavados de lágrimas, desteñían tinta negra sobre las sábanas. Luego de varias horas, se durmió.
A la mañana siguiente, un inspector policial le informó que iniciaría las averiguaciones y la búsqueda. Como primera medida, tomaría declaraciones sobre los momentos previos a la desaparición, a los que lo hubieran visto y tratado directamente en esas ocasiones.

La primera en hablar a solas con él fue ella, Helena:

“Dormí profundamente toda la noche y no noté que mi esposo faltase de mi lado en algún momento, aunque pudo haberlo hecho sin que me diera cuenta.
Esa mañana, la mucama nos sirvió el desayuno en la terraza de la planta alta. Fue un momento muy grato, mi marido estaba radiante y la brisa otoñal no lograba apagar los rubores de su cara. Hizo comentarios menores sobre un negocio importantísimo que lo tenía muy ocupado, pero también lleno de ilusiones. Se veía feliz y como siempre, fue extremadamente cariñoso conmigo al despedirse para ir a su empresa. Al mediodía hizo un breve llamado telefónico, que respondió la mucama porque yo no estaba en casa. Me dijo que avisaba que no vendría a cenar, porque su negocio estaba a punto de sellarse. Después de aquello, no supe más de él. En la empresa, su secretario, me informó que se había retirado a la hora habitual, sin hacer ningún comentario. Y eso fue todo.”

Más tarde, el inspector pidió hablar con la mucama en una sala apartada. Helena le dijo que podría verla en las dependencias de servicios. Era una pequeña construcción de dos ambientes, en el fondo de la propiedad que ella había mandado hacer, de tal modo que tuvieran privacidad.

“Me había retirado a dormir a la misma hora que los señores. Pero aproximadamente a las dos de la madrugada, el señor golpeó mi puerta para que le preparase un sándwich, y le buscara unas aspirinas. Me levanté, como siempre, e hice lo que me pidió. Conversé algunas palabras sin importancia con él y cuando terminó la comida, se retiró a la casa grande.
A la mañana del día siguiente, los señores se levantaron a la hora de siempre y les llevé el desayuno a la terraza porque el día se presentaba soleado. El señor se veía algo serio, no me hizo bromas, como acostumbraba, y luego yo volví a la cocina. Cuando fui para retirar el servicio, una hora después, la señora tenía lágrimas en los ojos. Escuché el portazo en la sala principal y el chirriante sonar de los neumáticos al salir violentamente el señor en su auto.
Al mediodía, llamó por teléfono y avisó que no vendría a cenar. Dijo que esa noche tendría una cena de trabajo para sellar el negocio que lo tenía tan ocupado.
Después no supimos mas de él. La señora Helena y yo estamos desoladas.”

El inspector, luego contactó al jardinero que habitualmente visitaba la casona. Le preguntó si había estado para la fecha de la desaparición del señor. Le respondió que estuvo presente todos esos días porque estaba preparando el parque para una recepción que darían, la semana entrante.

“El día anterior a que el señor desapareciera, yo me quedé hasta tarde. Los vi cuando cenaron, rápidamente y muy serios. La señora se volvió molesta y apagada desde que la chiquilina empezó a cascabelear por la casa. Serían casi las doce, y ellos se retiraron a dormir. Yo les avisé que me quedaría a limpiar las herramientas. La chica también se fue hacia su vivienda.
Serían casi las dos de la madrugada, me estaba yendo cuando vi pasar como una ráfaga al señor. Lo seguí. Entró a la casita de la mucama. Imaginé lo que pasaría allí dentro, y escandalizado, me fui.
A la mañana siguiente, atendía mis tareas, mientras ellos desayunaban en la terraza de su dormitorio. Discutían a viva voz. El se detuvo cuando entró la muchachita. Le cambió el semblante. Cuando se fue, luego de servirles el desayuno, la discusión continuó peor que antes.
Mas tarde él partió a toda velocidad en su auto y la señora quedó llorando sola en la terraza.”


El inspector cavilaba sobre los tres relatos. Era evidente que la muchachita y el hombre tenían un romance. Pero porqué la señora le mintió tanto?. Por qué el se fue y la joven se quedó en el caserón, Dónde estaba?, Que planearía?

Helena habitaba como una sombra la casa oscura. Otra vez como aquella noche el insomnio la retenía en la terraza del dormitorio. La chica, como siempre desde hacía dos meses, caminaba por el jardín, como esperándolo. Alcanzó a ver la curva prominente que abultaba su vientre, cuando pasó frente a la luz amarilla que iluminaba los jazmines, por la noche. Ella lo había presentido. No la echó porque, pensaba que si la retenía, su esposo volvería.

Un par de semanas después el inspector se hizo presente con una carta.
-Un amigo de su esposo, que exigió quedar en el anonimato, dijo que le dejó esta carta para usted.

Mientras el hombre observaba la creciente palidez de la jovencita, Helena la leyó.

“Helena,

Sé que me amas mucho y también es cierto que yo había empezado a quererte del mismo modo.

Te imagino horrorizada. Mercedes es una nena todavía y yo un niño avejentado esperando en una esquina un micro escolar, perdido para siempre. Ella logró que me olvidase de la moral, de la responsabilidad, de vos, de todo.

Mis instintos dormidos, mi pasión contenida, se desataban cuando su halo de frutillas y menta perfumaba nuestra casa.

Sinceramente, me dejé encontrar una vez y luego era yo el que exigía jugar su juego. Pero una de esas noches me dijo lo de su embarazo y fui conciente del fondo barroso que intuía en la laguna mansa de sus ojos. Palpé la magnitud de lo que había hecho y huí de todo y de todos.

Por favor, cría a mi hijo, Helena, como si fuese nuestro. Ve que la chica, vuelva con sus padres. Esos mismos que firmaron todo para darme al niño por una suma miserable.

Iba a volver a tu lado, a pesar de mi vergüenza, a suplicar tu perdón. Pero es mejor que lo pierda todo, que cumpla la peor pena no poder compartir contigo a mi propio hijo.

La cobardìa serà mi condena…

lunes, 14 de septiembre de 2009

El serranito del cuento que sigue...

Quizá no sea mi mejor cuento...

Pero...si conmueve o inquieta o incluso enoja… o si plantea la necesidad de repensar y replantear nuestras elecciones, bienvenido sea… y ojalà lo disfruten tambièn...

Lavanda de las sierras

“Vuele bajo porque abajo, está la verdad. Eso es algo que los hombres no aprenden jamás...” Facundo Cabral.

El serranito tironeó suavemente de mi abrigo, por segunda vez. En esta ocasión su mano me ofrecía una bolsa de tela marrón del tamaño de un monedero. Una cinta blanca anudada sujetaba su contenido.
-Recién me vendiste peperina, ahora qué me querés vender?
-Lavanda, -contestó
Revoleaba la pequeña mercadería y me demostraba su utilidad aspirando profundamente el intenso aroma jabonoso con el botón de su nariz.
-Esto también es para el mate? -bromeé alargando hacia él la mano
Sonrió por primera vez, con una sonrisa tan triste que no logró cambiar de posición los ojos de ave que me observaban expectantes.
-Un peso, dijo por única respuesta
Le di el dinero que pedía y metí las hierbas olorosas en mi cartera. Logré acariciarle la cabeza oscura antes de que saliera corriendo por esos desolados parajes con su cachorrito de cabra atada con una soga. No lo vi más. Me dejò su imagen tierna, fija en la retina, de pastorcito de cuentos. Solo quedaba el esponjoso paisaje de las sierras, el frío, la vuelta en la combi. Nada mas.
Escuchaba como en sueños al guía y asentí cuando mencionó que si los habitantes de las grandes ciudades fuéramos abandonados en esos parajes no duraríamos ni un día. El magnífico arte de la madre tierra que nos tenía boquiabiertos, era también un arma peligrosa. Solo para entendidos, criados allí y a quienes ella había revelado sus secretos. Al menos algunos de ellos, para permitirles sobrevivir a los caprichos del clima y la roca infinita del suelo. Pensé en el niño. En su pobreza. En como sería su vida. En las perlitas que aparecían en su boca cuando sacaba cada moneda de mi cartera.
Grabadas en mi mente aparecían algunas de las cosas que había visto en el vertiginoso camino de traslasierra, en Córdoba. Desde el fondo del bolso, el perfume ascendía hasta mí cada tanto, poderoso. No podía despertarme, pero la vuelta se hacía larga y cada vez que lo intentaba veía la carita y su sonrisa de cuarzo. Un cóndor planeaba curioso sobre mi cabeza. Escuché una explosión hiriente sobre la aspereza de la roca y después, cuando todo se calmó, la llaga abierta dejó ver la carne de mármol celeste. Me vi sentada dentro de esa cantera. Arriba, pumas hambrientos rondaban en círculos mirándome. Lejos de allí, una tormenta de amatista se desataba sobre el cerro Uritorco, en las Sierras Chicas, sembrándolo de cristales que lo transformaban en una montaña violácea y destellante. Me desperté sobresaltada. Era de noche y estábamos llegando al hotel.
En la habitación y con los doloridos pies en alto, comencé a sacar los tesoros de mi conquista turística. Mi esposo no podía creer el peso que había cargado durante todo el trayecto. Las piedras que me fascinaron y con las que había soñado, ahora se amontonaban sobre la cama: cuarzo, mica, cristal de roca, amatista, hasta un trocito de mármol y por supuesto, la peperina y la bolsita de lavanda.
Mientras me duchaba no podía dejar de pensar en ese chico que vendía yuyos, en todas las necesidades de esas personas aisladas en las montañas. Sin luz, sin cualquiera de los servicios que nosotros utilizamos desde siempre. En todas las posibilidades de desarrollo que un niño tendría en la ciudad. Le comenté esto a mi marido.
-Todas esas “necesidades” son “nuestras” -comenzó a decir -“Nosotros no sabríamos vivir sin esas cosas, ellos lo han hecho siempre”. “-Atención médica y educación eso es lo que necesitan. Por lo demàs, esto es un paraíso”.
-Sos un egoísta. No te entiendo –respondì. Habría que sacar a estos chicos de acá, llevarlos a vivir a las ciudades, a conocer la tecnología, darles oportunidades y mostrarles el mundo!
Empezamos a discutir. Mi defensa del consumismo y de mis propias necesidades básicas, eran ridículas a estas alturas. Pero era impactante que alguien dijera que en el medio de la nada y sin esas cosas, es feliz o podría sentirse realizado. Uno preguntaba -tienen luz, hay televisión? contestaban que no. Agua corriente? -no, de la vertiente. Teléfono? -menos Escuela? - veinte kilómetros a lomo de mula..
Durante un breve silencio de la acalorada discusión, la radio recitó con la voz de Facundo Cabral “...lo esencial fue hecho por el Señor, y con eso es suficiente...”. Era lo que me faltaba. Me acosté y me callé.
Al día siguiente, recorrimos agencias de turismo en busca de otra salida interesante. A partir de la una de la tarde emprendimos la marcha en un micro agotado. Los paisajes, esta vez, eran mas pintorescos que el día anterior, mas urbanos. Cada vez que bajábamos para ver alguna iglesia, un museo o un auditorio, numerosos ancianos haciendo referencia a sus míseras jubilaciones nos empujaban y se peleaban entre ellos por vendernos pasteles, pañuelos, artesanías o simplemente pidiendo limosna. También hombres jóvenes que rondaban los cuarenta y tantos sacando ventaja a los viejos lograban vender sus propias mercaderías , mencionando lo injusto de su desempleo y el hambre de sus familias…
-Amor, La Falda, Argentina, mediados de los noventa, acà tenès una ciudad con todas las letras. -ironizó mi esposo, rodeado de vendedores ambulantes. -Hay luz, baños, tecnología ...casi todo, no? Estos hombres tienen mi edad, aproximadamente, de què se quejan si estàn en esta linda ciudad, segùn vos?…
Pensé en dirigirle un improperio, pero no le contesté.

De vuelta en Buenos Aires, retomamos nuestros ritmos habituales. Mi marido en el trabajo, yo, en lo mìo, en mis escritos y mis caminatas.
La bolsita de lavanda habitaba la oscuridad de mi cartera tiempo completo. Me acompañaba a entrevistas de trabajo, corría conmigo colectivos y subía agitada en el tren. Visitábamos juntas a mi madre y asistíamos a mis clases.
Un día de aquellos alguien preguntó por el aroma silvestre que brotaba de mi bolso cada vez que lo abría. Entusiasmada conté la historia del serranito y expuse mi teoría sobre esos niños, su pobreza y sus posibilidades en las ciudades. Para ilustrar mi respuesta introduje la mano en busca del objeto perfumado.
Pero como en una alegorìa de la violencia y el vértigo de Buenos aires, y sobre todo de la injusticia social que se nos venìa encima, encontrè que la bolsita se habìa destrozado y desparramado su frágil contenido en el fondo de mi cartera porteña...

lunes, 7 de septiembre de 2009

El cuento eròtico y la autocensura...

Hoy posteo en el blog, para atosigar a los lectores, un microrelato eròtico... Sì, porque mi cuento anterior, que explora con picardìa y algo de humor irònico, la literatura eròtica, no tuvo la acogida que yo pensaba (perdòn por la palabra). Y si bien cuando pregunto me dicen "sì, sì, què bueno, me reì, o que channncho", reconozco que enseguida el rubor facial se expande y no logro sonsacar ni un comentario certero sobre la impresiòn que causa en el lector cuando uno se manda con el erotismo a las letras.
Y si el ùnico que se anima a comentarme, sin ponerse colorado, es mi amigo el escritor Alfredo, hoy me mando con este micro, para todo el resto. Es imposible de evitar, por lo corto... que si se ponen a espiarlo, en cuando deciden seguir con lo suyo, ya lo leyeron, y quizà hasta se calentaron un cachito, jajajaj.
Los dejo en este dìa gris, con un pequeño relatito hot, para que sientan a travès de las letras, algo... lo que sea... aunque la base de este relato simplemente sea... contado como quieran... una persona extrañando mucho a otra. Abrazos, M.

EROTICA

La hoja en blanco me acecha. Sé que hay cosas que plasmar. Sensaciones que volcar, pero no surgen. Confieso. Pienso en el blanco, y se me aparece el blanco opalino de tu simiente que me ha horadado el alma tantas veces. Quizás sea eso lo que me atormenta. Como un vicio, deseo beberme la dulzura de tu virilidad, quiero que la carne rosada de mi boca sea el recipiente para tu placer. Sentirte. Tragarte. Matarte… pero que sigas vivo. Vivo para darme ese blanco tan tuyo, las veces que lo desee, ese blanco objetivo de mis pensamientos más oscuros. Pero no estás. Estás muy lejos…

A veces sueño que caminamos cada uno en vías separadas, en paralelos rieles de ferrocarril. Los caminos nunca se encuentran. Lo sé. Transpiro. Me agito. Doy vueltas hasta despertarme. Cierro de nuevo, muy fuerte los ojos y te pienso. Tu peso sobre mí, mis propias manos tocando el ritmo de tu música en mi cuerpo. Como una melodía “in crescendo”. Recupero tu aroma en el espacio de mi cuarto. La humedad de tu sudor en mis caderas, se desliza y moja las sábanas claras. Y ahí va, ahí llega. La muerte me alcanza con el estallido que me agota y aflora por mi garganta en un feroz grito. Mi espalda se tensa y es un arco.
Y luego ahì… tendida, cuando después de morir vuelvo a la vida, te olvido. O lo intento. Trato de dormirme imaginando tus anchos hombros que se alejan. Imagino un beso, un adiós, una puerta que se cierra. Abro los ojos por última vez antes de rendirme al sueño. El portazo fue tan real, que me asusta, hace que mire a la puerta. Dudo, por un momento, pero veo, al final, que siempre estuvo cerrada… Y me duermo, entre làgrimas.

martes, 25 de agosto de 2009

LA COOPERATIVA LITERARIA!!

Hace un tiempo ya, mi amigo y maestro Miguel A. Yañez Polo, me ofreciò integrar la idea de una novela compartida. El y otros escritores andaluces, naturales de Sevilla, se propusieron hacer, una novela en la que cada uno escribiera un capìtulo. La cosa se manejò asì, uno escribìa el primer capìtulo y lo iba pasando, vìa mail, al siguiente en la lista. Cuando se hubiera terminado, Polo, el intelectual creador de este asunto, lo presentarìa a su editor, a ver què onda!. Por supuesto cada escritor debìa respetar el estilo, picaresco, de la novela andaluza de època. Polo fue el precursor e ideòlogo y yo, una entre muchos, que lo secundè. La novela no vio la luz aùn, sepan que no veo la hora de que asì sea, pero los tiempos editoriales son algo asì como otros tiempos que a veces, no son los tiempos humanos.
Màs abajo les presento, éste, otro estilo en que me fue muy gratificante escribir, fui aconsejada y corregida por Polo y se nota!!! y sepan que cada capìtulo es tan diferente, tan impresionante, y no puedo transcribirlos aquì, porque no son mìos, pero el dìa que estè lista esa bendita novela, ya lo conoceràn, seguramente... Y si no... bueno, les queda este cuentito, que es mìo, y les da un pantallazo de lo que podrìa ser la novela, una verdadera delicia.
Que lo disfruten!

CAPITULO IX, NOVELA COMPARTIDA

-Por Dios, Gompo, despertá¡
-Por Dios, Ángel mío, abrí los ojitos¡ -gritaban desesperadas unas manos blancas y alargadas

Gompo, con pequeños ojos lejanos sólo veía las manos y creía escucharlas vociferar. Luego el foco acercó a la mujer, dueña de esas uñas cortas y color de arena y su gesto preocupado.
Ya no había cabellos lacios ni negros, ni pelucas empolvadas, ni estaba en el Tíbet, ni en el bar Marítimo, ni en la mesa de mármol. Pero no estaba lejos de su barrio El Porvenir, seguía en su Sevilla, aparentemente.
No quería abrir los ojos del todo, todavía. Pasar de nuevo por las atormentadoras ensoñaciones lo molestaba. Sólo quería dormir. Aquel aroma de gardenias lo embriagaba, era real, y Gompo necesitaba un breve descanso de tanta locura. Un descanso en el seno de la tranquilidad de lo que, usualmente, eran sus simples días sevillanos.

-Shh, mujer, calla, estoy bien –susurró guturalmente a la sabana inundada de pecas anaranjadas, que se estiraba, casi sin pliegos, sobre la manta de piel de vicuña.

Gompo se decidió, a intentar admirar, el paisaje a su lado, aún con los ojos más orientales que hubiese tenido jamás. Y lo hizo. Era un panorama conocido, con pocos accidentes, casi una llanura pampeana.

-Mmm, mi niña –musitó debilitado

Acercó los labios a lo que encontró más cerca de sí. Una areola rosada, un vertedero de tibia leche ausente. Puntiagudo, al roce la lengua, más plano y redondo cuando se alejaba para verlo por completo.
Ella, su amante desde que fuera una veinte añera. De sonrisa lánguida en una boca llena de dientes de cuarzo cincelado. Lo miraba, demasiado felina, lejana, altiva, segura de sí, desde la experiencia que le otorgaban casi tres décadas y media de compartir con él su intelectual sapiencia y una mullida cama.
Gompo pensó que un Boticelli renacido la había pintado ese día. Yaciendo de costado, estirada cuan larga era en el lecho, sosteniendo su cabeza de frondosas llamaradas rojas, desnuda, detenida en el tiempo, posando para un artista muerto hacía siglos. Redondeada, una ¨Primavera¨ saliendo de su concha, con el cabello y la piel sumidos en tonos de blanco, rosado y naranja. A todas luces, suya. Eterna. Casi un lustro semi juntos, en aquella sedosa situación de mentiras disfrazadas, enmascaradas, como aquellas pinturas falsas que circulan por ahí, en el mercado negro.

Y ahora ella, su niña, aunque ya no lo era, lo traía, de nuevo, a la realidad.

-Estuviste soñando como un loco, viejo andaluz –dijo riendo las palabras y sacudiendo su estructura dulce y olorosa al ritmo de esas carcajaditas cristalinas que trastornaban a Gompo.

-Mira, muñequita, no hagáis más preguntas y déjame reposar aquí, en territorio conocido. Parece que hubiera estado tan enfermo que estuve a punto de soñar con el mismísimo Dios y con otras cosas que no quiero contarte -Gompo le suspiró, ya repuesto, la frase dentro de un viento de letras calientes que llegaron a la boca de ella, y la besaron.

Ella calló, supo comprender, había estado a su lado todo el tiempo que pudo, a escondidas, entreverada con otras gentes, sólo para que él sintiera su presencia. Sólo pensando que así podía evitar que Gompo empeore. Pensando en alejar a la tan temida de alrededor de su hombre.

Se sentía feliz ahora. Lo besó largamente en la boca. Lamió una a una las hebras blanquísimas de las sienes de Gompo. Acarició el vientre abultado. Era un campo ondulado, sembrado de finísimos vellos entrecanos. Una sábana arrugada por muchas batallas, unas ganadas, otras perdidas...
Posó sus labios gruesos y flexibles, arrastrándolos sobre el torso amado. Esos besos llegaron a los caminos bajos, ocultos, la ruta de los suspiros. El ocaso de los gemidos del pobre Gompo, que disfrutaba la puesta del sol, en aquella cama de nácar y encajes.
Luego, perspicaz, notó que el hombre se agitaba demasiado y las manos de dolientes dedos anudados empezaron a buscar más. Ella, gran entendedora, montó a horcajadas sobre la pelvis del hombre viejo. Sintió las manos ajadas prenderse a sus muslos húmedos. Y comenzó a bailar. Bailó, sin detenerse, la danza más antigua y hermosa del mundo. De suaves movimientos lentos, subiendo de tono en tono hacia un saleroso deleite andaluz, como a su hombre gustaba. Y bailó y bailó, hasta arrancar gemidos que eran más fuertes que los aplausos de un nutrido público si hubiera sido bailaora. Danzó hasta que los erguidos pechos cayeron con su cuerpo sobre la cara de Gompo y éste exhaló sus más hermosos colores dentro del lienzo de ella, su Primavera.



Gompo se despertó de la relajante siesta pos danza del amor, unos momentos antes que ella. Se quedó muy quieto. Observaba las facciones criollas tan conocidas. Los oscuros ojos almendrados, achinados, de india o de gata. Las pestañas rubias, espesas, junto a la piel blanca y salpicada de lunitas de naranja. Esa palidez propia de las personas nórdicas. Pero luego, por debajo de la nariz recta y fina, aparecían los labios. Tremendos, capaces de todo, tan rosados, tan claros, pero gruesos y exagerados como los de las mulatas. Quizá inflamados de besar en la forma en que besaba, la india colorada, la ¨uruguaya¨, la amazona, la valkiria, o todos los apodos con que la nombraban los contertulios de su hombre.
Gompo recordó, melancólico, cuando ella había sido una especie de Lolita, una niña tentadora, peligrosa, con escasos veinte años, toda ojos, toda boca, ansiosa y volcánica, persiguiéndolo hasta volverlo loco de deseo y de pasión. Aquella que, pasaje en mano, luego de su conferencia en el Uruguay, se le sentó al lado en el avión y luego de tantas horas de vuelo, logró con sus artes de niña bien nacida y de india embaucadora, arrebatarlo contándole de su gran admiración, de su locura por sus pinturas y por sus libros tan loados. Esa que logró confundir su razón con esa melena roja que desparramaba hábilmente sobre su hombro y que tanto hizo, que bajó del avión a su sombra, de la cual ya nunca saldría.

Gompo tuvo que alejarla un poco de sí. Ella había despertado, y consentida por la mirada de él, arrullada por el ansia manifiesta del elevado mástil, había empezado a jugar juegos prohibidos manejando con la boca la proa y comenzando a navegar junto al viejo, de nuevo.

_Vamos niña, deja ya eso, vístete y ven a la tertulia conmigo –le dijo, empujándola suavemente para sacar su verga de la boca de ella.

Ella, con su sensualidad extrema, protestó débilmente y se levantó. Le dijo que lo había extrañado mucho, que la deje jugar un ratito más. Gompo no comprendió pero no le hizo caso. Y se fue directo a la ducha.

La uruguaya lo había acompañado sólo en pocas ocasiones. Los contertulios no la recibían con agrado. Y no era por el tema del pecado ni nada de eso. Ellos no eran ningunos santos. La tildaban de acomodada, de mujer caprichosa, consentida a más de mantenida. Eso enojaba a Gompo porque él consideraba que cada centavo gastado en ella era un pago, una recompensa por brindarle todo eso. Para él había sido un regalo del cielo, toda esa carne, todo ese fuego, todo eso para él solo. Imaginaba la envidia de sus amigos, y era lógico. Ellos yacían entre senos colgantes y eyaculaban dentro de vaginas de momias egipcias tan arcaicas como ellos mismos, una vez al mes.

Ella dibujaba cortos versos de vez en cuando. Lo hacía mientras retozaba junto a la piscina del condominio que Gompo pagaba para ellos. Pero la amazona prefería leer, leer de todo, pero más a fondo los libros de su hombre, para elogiarlo, para mantenerlo a fuego lento y adorarlo como a un dios griego, como él se merecía. Él estaba encantado con esta actitud, claro que no lo reconocía, pero esos festejos de sus obras premiadas... Esos festejos entre los oropeles de sus sábanas sedosas lo encandilaban.

A veces Gompo llevaba los versitos de ella a las reuniones, maravillado con su niña prodigio. Y sus amigos, la despellejaban viva. Burlones, divertidos, criticaban mordaces su estilo naif y romántico. Tenían razón, pero Gompo vivía cegado, enamorado. Y ellos, secretamente, la deseaban.

Cuando por fin llegaron a la reunión en el bar Marítimo, lo hicieron muy demorados. Los contertulios rebuznaron amargados al ver a la amante de Gompo, a su lado, sobresaliendo un par de cabezas sobre la altura del escritor.

-Con razón –le dijo Hermós a Ribera
-Debe de haberle hecho sexo oral al vejete hasta hace unos minutos, la muy puta –replicó Ribera con sorna

Cuando Gompo se acercó, los saludó amablemente sin sospechar estos comentarios, o más bien, suponiéndolos e ignorándolos.

-Hola señores, cómo están? –saludó alegre a todos, la uruguaya

Pérez de la Huesa observaba a la pelirroja desde detrás del mostrador. Ella le hizo un levísimo movimiento de cabeza y el pelado corrió hacia ella, para tomarle el pedido. Anotaba su moka con letra lenta y suave, regodeándose en la calentura que le provocaba andarle mirando el escotazo. Luego regresó, todo sonrisas, hasta el mostrador que le ocultaba la notoria erección.

Ribera sacó un tema, como si nada, y empezó a hablar del último libro de Ernesto Sábato en la Argentina. Habló de su pesimismo extremo, de su vejez notoria. De su permanente adiós. La valkiria no estaba de acuerdo con esto. Extrema admiradora de Sábato, defendió a muerte su punto de vista. Su odio a la masificación de las personas. A la temible cultura televisiva. La apología permanente de la violencia, de las drogas y del sexo como adorno en los programas de televisiòn, usando mujeres bonitas a modo de guirnaldas en un cumpleaños. Ribera y Hermós, la refutaban, la zarandeaban, la vapuleaban con sus rebuscadas palabras, pero Gompo estaba atontado, esta vez ni la defendía, no entendía cómo podían hablar de eso así como así, sin más. Con todo lo que le había ocurrido a él. O no le había ocurrido?. Así las cosas, siguió oyendo, como quien oye llover.

Año tras año cada uno de sus amigos, que también habían tenido sus aventurillas extramatrimoniales, habían pasado noches enteras, como de la Huesa, imaginando la calidad amatoria de la uruguaya instruida. Como a veces la tildaban, socarronamente. Es que luego de ella, no había habido otra para Gompo. Y si bien él siempre había sido reservado con su vida sexual, en varias oportunidades, la parejita había manifestado al unísono las ganas de pasar al excusado. Los demás, pícaros, los habían seguido sutilmente y los habían visto besándose como colegiales, o incluso, un día tormentoso, habían sido testigos de cómo ella, en cuclillas llenaba y vaciaba su hermosa boca con la verga de Gompo. Y el pobre hombre, cabeza echada hacia atrás, respirando entrecortado, como podía, no se percataba de nada. Pero ella, maliciosa, sin soltar su presa, les había hecho un provocativo guiño de sus ojos invitadores.

Ella era puro placer y ellos lo sabían, y aún sabiendo que más allá de sus deslices traviesos, ella amaba a Gompo y lo había amado en esos dulces quince años que llevaban noviando, como decían ellos. Y encima, lejos de vaciar los bolsillos de Gompo, ella había sido su musa, y él, desde que estaba con ella, había escrito lo mejor de su carrera, se había vuelto exitoso, su matrimonio estaba mejor que antes y había ganado los premios más ansiados por todos los escritores contemporáneos. Además, había expuesto una serie de cuadros basados en la Sevilla antigua, y los mismos tenían de fondo, casi había que descubrirlo mirando profundamente el cuadro, el mismo rostro transparente, de una extraña pelirroja de rasgos latinos.


Pero el ahora atormentado Gompo, con su amazona a su lado, pretendía saber qué había sido todo aquello. Todo lo que lo había torturado durante aquellos días u horas o momentos pasados en la más absoluta confusión.

Los cuatro estaban sentados a la mesa de la ventana, el sol sevillano ahora se abría paso brutalmente entre sillas y mesas. Eran casi las doce y media del mediodía. Cada uno frente a su moka cremosa. Permanecían quietos, mirándose. Sólo ella, arrebolada por la febril charla sobre Sábato que más que charla había sido una discusión muy molesta, sólo ella provocaba aún con su actitud. Esa defensa que ponía cuando ya no tenía argumentos, su sensualidad. Pasaba su largo dedo sobre la crema blanca de la moka, lo cargaba. Luego, deslizaba ese dedo encremado sobre sus labios rojos, para pasar la lengua por ellos tomando la crema, mientras entrecerraba los ojos deleitada, como una gata, excitada, mirándolos a los ojos a cada uno de ellos, por deporte.

Gompo rompió el silencio.

-Qué fue todo aquello, muchachos? –les disparó

-Díganme qué pretendían con tanto embuste y por qué hoy pareciera que nada ha sucedido? –siguió acosándolos

-Qué quieres decir, Gompo?-preguntó Hermós, y parecía sincero

-Eso, a qué te refieres? –lo apoyó Ribera

Gompo comenzó a hablar de las alucinaciones, del ácido lisérgico, de la trampa que le habían tendido. Contó lo de su respuesta, como otra trampa hacia ellos, bien tramada por él y de la Huesa. De toda la confusión que había sentido, de su dolor, del sentimiento de traición. Pero como respuesta, Ribera y Hermós, sus amigos, carcajearon locamente.

-de la Huesa metido en algo contigo? En algo en que haya que hilvanar más de dos pensamientos juntos? Imposible¡ -rió Hermós

Ribera miró de soslayo al pobre de la Huesa que intentaba oír lo que decían, apoyado en el mostrador, tomándose una oreja con su mano derecha, ya que le parecía que alguien se estaba burlando de él.

Gompo continuó hablando, no conforme con la respuesta. Preguntó que qué fecha era. Si había pasado ya el concurso. Quién lo había ganado, etc.

Hermós sacó del bolsillo izquierdo de su saco una nota del periódico local. Allí estaba la foto de Gompo, sosteniendo sus gafas, como siempre. El marquito de la foto cortaba educadamente su calva, como él siempre lo solicitaba a los medios gráficos que lo querían tener entre sus páginas.


Y ahora todo estaba más claro. Al menos lo que le importaba estaba claro. En ese momento el ambiente se llenó del perfume de la clara voz de la mujer del cabello en llamas. Ella, tomando con una mano la de él, y con la otra la nota del diario. A toda boca, sonriente, le leía emocionada, la nota.

¨El gran escritor y artista plástico andaluz, el muy sensato y muy ilustre, Don Fulano Gompo luego de un memorable pico de estrés que casi lo lleva a la muerte, salió de la terapia intensiva del hospital central, el viernes pasado. Ya recuperado, el próximo jueves recibirá, junto a su señora esposa, Doña Fulana de Gompo y Mengánez, y a tres de sus cinco hijos, el honorable ¨Poltor de Oro¨ a la mejor comedia andaluza de la última década. Premio que entrega el señor alcalde Don de la Huerta, en nombre de la muy leal y muy ilustre y muy loada Ciudad de Sevilla¨

miércoles, 19 de agosto de 2009

Qué lindo soñar cuentos...

Y sì, una vez me dijo una escritora, en un taller literario que si veìa cada acontecimiento en la calle, en la familia, entre mis amistades, o en la vida misma, como un cuento, entonces, podìa considerarme una escritora. Ese es el leit motiv de mi vida. Todo el tiempo ir miràndolo todo como un cuento. Puede ser que a eso se deban esos sueños en los que me desplazo a diez centìmetros del piso... para el anàlisis, sì, jajjaj. De todos modos, sueño despierta, sueño cuentos, cuento cuentos, vivo cuentos... Acaso quien dice si la vida no es cuento, si la vida es sueño (què grande el que dijo esto muuuucho antes que yo!)? Alguien sabe a ciencia cierta què es todo esto por lo que pasamos? Cada uno lo vive como puede, como quiere, como decide...
Y bueno, yo lo vivo asì... y así escribì a mi Ernesto, soñando un cuento, con el los dejo porque...
Para mì la vida es un cuento!

Ernesto

El agudo quejido del teléfono la despierta, como siempre… Con dos líneas en lugar de ojos se incorpora lastimeramente y alcanza el aparato.

-Hola mamá, me escuchás? –chilla una vocecita infantil del otro lado de la línea
-Hola soy yo, Ernesto, hola, hola!

Ella, semidormida, le dice que no es a quien busca, pero él no la escucha, nunca la escucha…

-Disculpáme pero no se oye nada… -casi grita, el jovencito del otro lado
-Me encantaría que dejes de llamar, que encuentres a la persona que buscás, pero no es acá, no es acá…-se desgañita

El marido, serio, le saca el aparato violentamente de la mano y cuelga.

-Vamos a cambiar el número –dice con un rostro vacío de sentimientos. Ella piensa que su cara se mantiene tan fresca porque nunca gesticula, no sonríe, no lanza carcajadas al aire, no frunce el entrecejo, no se arruga en una discusión, porque nunca discute, claro.

-Me apena esa voz, es sólo un muchachito, casi un niño y busca a la madre. Siempre equivoca el número y para peor, no me escucha…-ella intenta explicar lo inexplicable con ojos desbordados al hombre que no suspende la articulación de sus menesteres para el día laboral, repitiendo idénticos movimientos estudiados para una máxima optimización de los minutos entre el despertar y la partida.

-Perdés el tiempo, vamos a cambiar el número para que no nos moleste más. Que llame todo lo que quiera, pero no aquí, ya no soporto esta insistencia –dando por terminada la conversación y su taza de café, da un golpe con la puerta y se va al trabajo, siete y media en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos.



Elena sale del sopor del tranquilizante. La luminosidad blanca del lugar le recuerda que no está en su cama. Ve el rostro piadoso de un hombre mayor diciéndole que el procedimiento acabó. Sus labios se despegan para liberar parte de su alma con la forma de un suspiro. Ahora le queda resignarse a la espera, volver a casa en el taxi que las enfermeras le han llamado.

En su sillón preferido, el que a esa hora se decolora al sol en el balcón, se desparrama para ordenar sus recuerdos de esa mañana. Ellas creían que no escuchaba, que no era capaz de sentir esa pena por sí misma que las solícitas mujeres junto al doctor sufrían por ella.
-Pobre mujer, cuántos estudios, todos tan invasivos –decía dolida una de ellas
-Y bueno, se empeña en tener un hijo, debe hacerlos, son parte de la rutina antes de decidir qué hacer -opinaba la otra, más curtida, más dura. –Además, el tiempo corre, querida…, no es una nena…
-basta brujitas –las reprendía dulcemente el viejo médico –esta señora sólo quiere saber si es capaz de concebir, porque la naturaleza no se lo ha permitido conocer aún.

Como en una película puesta en avance rápido, el sol de Elena dibuja un arco sobre el cielo y se oculta. Mira la hora. Seis menos cinco, se levanta y va a la cocina a preparar el mate. Seis en punto, tras un ruido de llaves, aparece él. Se acerca. La besa. El humeante calabacín del mate empieza a circular entre los dos. Se rompe el silencio.
-Y, qué tal el estudio? –le pregunta atento
-Feo, como todos, pero creo que es el último, si éste sale bien, sólo habrá que esperar –susurra con la mirada en el suelo.
Siente la mirada de él en su pelo rojo y eleva la vista. Va a decirle algo pero, como siempre, el teléfono los interrumpe.
-Hola, hola, soy yo, yo otra vez, me escuchás? –el chico equivocado de nuevo en la línea
-Hola, mamita te quiero, ojalá me escuches, no te aflijas…
Elena, no puede más que sufrir por esa mujer lejana que no recibe nunca aquella llamada y por el chico que cree cumplir con ella.

Esta vez, solo miró a su esposo pero no atinó a decir nada. Para qué? Ya sabía que él no recibía sus palabras. El marido se acercó y le dio una servilleta para que se seque las lágrimas.
-Estás muy sensible o de nuevo es la depre? –la reprendió con ternura


Dos semanas después y antes de recibir los resultados de los estudios, por fin, la noticia. Estaba embarazada.
Festejaron en la intimidad. Cenaron con un velón blanco en el centro de la mesa y se acurrucaron en el gran sillón del living a mimarse. Estaban dedicados a indagar entre las páginas crepitantes de un libro antiguo, cientos de nombres, sus significados y orígenes, cuando sonó el teléfono. Ella se levantó de un salto. Pensó que sería su madre, ansiosa, preguntando qué comprar para la criatura, pensando por ellos en miles de problemas que podrían presentarse y que ella, únicamente, podría resolver.

Pero era la pequeña voz otra vez.

-Hola, escucháme, tu mamá no vive aquí –disparó una Elena mas segura, bien plantada.
-No te oigo nada, ma, pero si estás ahí, te quiero, pronto nos vemos, chau, chau -gritó desde lejos
-Hacía rato que no llamaba ese idiota –susurró el marido. -Nunca me acuerdo de pedir el cambio de número…
-dejá el teléfono y mirá, ya vamos por la E -le dijo ella -qué te parece Ernesto?
-Ernesto? –pensó en voz alta él

Sonrieron, se besaron, cómplices y amigos eternos.
.
Esta vez el llamado del chico no los dejó inquietos, ni preocupados. Siguieron abrazados en la semioscuridad haciendo sus proyectos y olvidaron el momento aquel, enseguida.

Además, las llamadas, desde ese día cesaron,…Ernesto ya estaba camino a casa.

viernes, 7 de agosto de 2009

El desafìo de Alfredo!!!!!!

Alfredo, seguidor de este blog y aficionado al arte escrito, al igual que yo, me propuso realizar un texto breve en su estilo, que yo escriba uno en el mío, luego intercambiárnoslo y cada uno reescribir en el suyo propio el texto del otro.
Me pareció todo un desafìo y el resultado fue una cosa muy loca de la que creo, aprendemos los dos. Una especie de taller literario virtual que luego, obviamente, ha generado un montón de mails con aclaraciones, explicaciones, el famoso “yo quise decir esto o lo otro” y “vos cómo lo interpretaste así?” y demás conversaciones por demás ricas que no voy a publicar aquí, pero sí, les remito el resultado final.
Esto no tiene pulidos, ni repensados, ni presentaciones a gente letrada para ser corregidos, ni mucho menos… Esto es para que, todo aquel que, como Alfredo o yo, tenga ganas de expresarse de este modo, lo intente sin más dilaciones. Hay que leer mucho, claro, para poder escribir, no voy a decir que no, pero por lo menos, si a algunos les sirve para hacer catarsis, para sacar un miedo afuera, para canalizar la angustia y transformarla en un pan menos amargo… bienvenidas sean las letras, aùn los palotes de principiantes. Todo esto ùltimo es tan vàlido como lo que, tanto Alfredo como yo, intentamos hacer y que es llegar a transformarnos algún día en escritores que publican acercàndonos a la escritura ficcionándolo todo en la vida, pensàndolo todo como una posible narración, cuento, novela o poesía, …respirando letras… Y con esto, èl con su propio blog, yo con el mio, hacemos frente al miedo a la no aceptación y a la apatìa del posible lector y aprendemos todo el tiempo.
En breve iré publicando algunos apuntes valiosos sobre escritura que conservo y que podrán ayudar a quien lea aquí y quiera canalizar por un camino mas ordenado, sus escritos, o ver si los que tienen hechos pueden ser mejorados o corregidos.
Ahora los dejo con este precioso desafío de Alfredo y espero ansiosa los comentarios, como siempre, aquì o en mi mail, que puedan surgir de estos textos y sus diferentes interpretaciones.
Vayan preparando el cafecito, en este día gris, para que el ratito de ocio, lo pasen hoy, con nosotros. Hoy, en el blog, somos dos!

Encuentro mi ser (versiòn de Marta Mena)

Un sinfín de globosos rostros angelicales, figuras rollizas de jóvenes Venus de Boticelli, algunos Boteros descoloridos en pálidas tonalidades de lavanda y blanco tiza, y hasta animalitos voladores, danzaban níveos sobre el fondo azul claro de un cielo soñado…
No sabía de donde provenía aquella visión.
Mi cuerpo mortal flotaba, ahora indolente y liviano, girando bajo la bóveda celestial, liberado de ataduras físicas, pura energía y placer absolutos, a muchos metros del suelo.

Debajo, un peine invisible alisaba inconmensurables campos de doradas espigas y era el mismo río gaseoso que me transportaba cálidamente en un abrazo afectuoso como de amigo amado.
Yo era parte de los elementos, era agua, era aire, en mis venas fluía constante el fuego de amores pasados y mi mente, recibía en impulsos cálidos todas las imágenes queridas, mi tierra, mi lugar y la gente que me había ayudado a existir, generaciones anteriores que me dieron el lugar que ocupé y que, aparentemente, hoy estaba dejando…

Supe que la virtud había descendido hacia mí. Que ya pertenecía a esa otra esfera. Que toda esta llegada podría haber sido, pero, aparentemente, no sería bienvenido aún… Y cuando el rayo helado reventó sobre mi pecho aún caliente de deseos insatisfechos, volví a sentir un fluir lento y pesado de la sangre salobre en mis venas y en mis arterias, y la pulsión de vida, de esa otra vida, la dolorosa, la conocida, la que había ansiado tanto, me llenó de nuevo.

No pude resistirme, sin fuerzas y aún con la visión de aquella otra realidad, volví a la mía, patética e inerte, insalubre y postrada… Pero todos los que amo y, por quienes soy amado, estaban aquí. En este lugar blasfemo, lleno de miseria e indignidad, que sin embargo albergaba todo aquello por lo que habìa luchado tanto…
Entonces, una fina línea azul se abrió paso a través de mis párpados enfermos, y la luz de mis seres queridos me iluminó con su ternura y con su manifiesta alegría.
...Aquellos otros tendrían que esperar un poco mas, aquella boca deseada, mas adelante, me tendrá...

Encuentro mi ser (texto de Alfredo)

El cielo entrecortaba figuras indescifrables, con su sabio pulso y su don innato. Dejaba entrever su fondo blanco, de nubes irregulares, como copos de algodón en tres dimensiones. Me preguntaba que hacía yo ahí a tantos metros del piso.

No supe realmente que era todo aquello, pero sentí que una inyección de vida entraba en mi cuerpo, que se relajaba y gozaba de ese espléndido momento. Me sentía que Dios se había apoderado de mis malos hábitos y posturas erróneas. El mundo parecía mas atractivo, podía verlo en distintas posiciones, desde la más conocida hasta girando compulsivamente, pero para mi todo era muy bello.

Desde allí se veía un campo espigado que era acariciado por suaves ráfagas de viento opalino, sin arrastrar sedimentos, ni partículas extrañas. Era constante y cadencioso. Generaba el agrado del que lo sabía apreciar, con esa intriga que se apreciaba en sus movimientos.
El cielo celeste, impactante me acariciaba por encima del hombro, cual si fuera un amigo afectuoso y comprensivo. Me regocijaba de manera su cariño asombroso, exultante.
Con aire puro y cálido se llenaban mis pulmones, pero más aún, mi alma nueva lo sentía, abriendo un camino suave, virtuoso que todo lo renueva.
Y un vapor tan perfumado que emanaba del entorno, con hechos tan humanos hacía que mis ojos se abrieran como dos esferas, a punto de salir de sus órbitas. La vida se adornaba de gente bella. Me preguntaba si esa era mi hora, el último pasillo, el final del recorrido. Porque no habré llegado antes, de lo que me perdí tanto tiempo allá en la tierra, pensé.

Ni hablar de esa imagen del crepúsculo que quedaba en mi retina, la caída del sol, ese momento sublime. Era puro romanticismo Así sentí que mi espíritu ardía y quería hacer el amor.
De pronto un viento frío sacudió mi rostro. Mi cuerpo estaba empapado de un sudor extraño. Un rayo fluorescente, lanzó chispazos plateados y amenazantes.
Y cerré mis ojos y vagué en mis pensamientos y ese agradable sabor a vida perduraba aunque estaba en otro lugar y mi cuerpo no estaba sano y mi deseo era volver a andar y no podía.
Estaba muy solo en un lugar lejano, en un paisaje gris y oscuro que me rozaba con desgano. Era un momento muy duro, de esos recargados de soledad y blasfemias, de frío contundente como para que nadie se asome, para que todo quede ausente y desolado.
Pero abrí la ventana de ese mundo en mi retina y mi mente hizo proclamas y la vida continuó como si nada. Y allí estaban todos los que siempre me brindaron amor, que me acariciaron con sus modos y calmaron mi dolor.
Pero mis pies están en la tierra, no la podían besar.

EL LLANTO DEL ÀLAMO (VERSION DE ALFREDO)

Esa mañana mi sentimiento fue abordado por el asombro. No sabía la razón, pero el patio se había llenado de hojas, mas de lo habitual. Era una mañana de agosto y el álamo se había desprendido de gran parte de su frondosa copa, hasta ayer repleto de hojas.
Un clic se hizo en mi mente y advertí que a aquel imponente coloso le había llegado su hora y no me queda otra alternativa que limpiar el lugar y depositar sus restos en una vieja bolsa de consorcio.
Cada tanto lo observo compungido y me siento muy triste. No recuerdo desde cuando esta allí aquel viejo álamo, pero es parte de mi historia, de mis raíces y temo también por mí. El y yo somos uno.
Siento el espíritu de ese ser vivo que tanto significado tiene, que fue testigo de toda mi vida y me siento agradecido.
El es mi vida y lo sabe. Y nos damos consuelo mutuo y tiene conocimiento de toda la historia, confesada tantas veces en mis días de frustración.
Es más que un árbol centenario, es la sabiduría, el amor eterno que perdura a través de los siglos. Es el árbol de la vida, por lo menos para mí.

EL LLANTO DEL ÀLAMO (MARTA MENA)

Una ondulada marea crepitante recibió mis pasos asombrados, aquella mañana de agosto.
El álamo habría llorado intensamente la noche entera, acongojadas penas de amor, para alfombrar el patio de esa manera.
Y mientras percibo la triste mirada plateada, desde las alturas de aquel árbol añoso sobre la insignificancia de mi persona, tomo la escoba y me dispongo a barrer las hojas. Con cuidado, con respeto, arrastro silenciosamente sus tristezas y lágrimas, cada tanto miro hacia su copa raleada, de soslayo, temerosa de ofender su magnificencia con mis afanes domésticos de encontrar los escondidos baldosones de cemento que atrapan sus raíces, ésas que sostienen mi casa.
Pero cada tanto me eriza la piel de la nuca, un sibilante suspiro, el hálito aliviado que le produce, mi simple tarea de barrido y embolsado. Como una enfermera necesaria que alcanza un te o vacía una bacinilla, o incluso retira los paños recalentados de la frente de un moribundo.
Funcionales el uno al otro, en mudo y mutuo entendimiento, mientras respiro su aire vegetal y me muevo en la cadencia de sus composiciones musicales de viento y clorofila, tomo conciencia de una existencia espiritual, centenaria, de amor eterno, y de su sabiduría intransferible encerrada durante siglos dentro de un tronco encadenado al suelo de esta casa.

martes, 4 de agosto de 2009

Viajar con la imaginaciòn...

A veces, tenemos el sueño de viajar, pero por una cosa u otra, no podemos darnos ese gusto, lujo o como le quieran llamar. Algunas personas tienen en su vida, como un sino, los viajes alrededor del mundo. Aunque quieran esconderse, atarse al poste de luz de su casa o lo que sea, para quedarse, los viajes los encuentran, pero aún así, no logran luego, transmitir con veracidad y vehemencia, la gracia de cada pueblo, la magnificencia de las grandes ciudades o la arrogancia de la naturaleza, salvo que sea, mostrando miles de fotos. La fotografía es un arte válido claro que si, pero si va acompañado de una vívida descripción, relato, o experiencia vivida, es infinitamente mejor y màs rica.
En literatura se estila para crear un ambiente, una situación de la historia, hacer una pequeña o gran investigación, antes de iniciar, por ejemplo, una novela. En este caso me propuse como ejercicio, tomar el atlas, papel o virtual, y ponerme a tomar data de algún lugar x, que quisiera conocer en mi imaginación. Hice un recorrido en mi mente, si quieren llamarlo virtual sin tecnología, podrìa ser… y me lancè a contar una historia fantàstica, rodeada de cosas que pueden suceder, impactar, o vivenciarse en un determinado periplo turìstico.
Creo que es un ejercicio interesante de narración, de imaginación y de creación literaria y si puede lograr que un lector, sienta el viaje, vea lo que yo quiero que vea, sienta el cansancio maratònico que siente el protagonista en su odisea, incluso como hago aquì, en tiempo presente, para que sea màs real aùn… bienvenido… ustedes diràn si han viajado conmigo o no, en este cuentito que sigue.
Tengamos en cuenta que William Faulkner escribìa en el granero de su granja y jamàs viajaba y sin embargo, nos ha hecho conocer tantos lugares impensados. Acaso nadie de ustedes ha viajado con Verne? Yo conocì Marte y sus lunas con Bradbury, que en short, medias y zapatos negros, dudo que haya ido muy lejos, y menos, bajo ningún aspecto, que Mr. Crònicas Marcianas, haya estado allì màs que en su frondosa imaginaciòn!!! Pero todo lo que èl me describiò con su pluma encantada... vaya si lo vì!!!
Abrazos inmensos, prepárense un café y los espero en el cuento que sigue!!!!

La princesa de los arrozales

Pegado a la ventanilla del avión, estudiaba la encadenada cartografía de los montes Himalayas.
Ansiaba conocer aquel país de exquisitos templos milenarios, cuyos tesoros protege con su vida uno de los pueblos mas pobres de la tierra.
Frente a sus ojos se divisaban unas serpenteantes cintas verdosas que surcaban el desierto, recordó que según su escueta investigación, serían los ríos Jumma y Ganjes. Esos mismos, cercaban algunas de las tantas poblaciones que él iba a visitar. La ondeante cadena dorada, se había transformado con el descenso de la nave, en una muralla infranqueable cada vez más alta y lejana.
Entre un montón de palabras impronunciables que lo dejaron impávido, reconoció solo tres, aeropuerto - Nueva Delhi. Fueron mas que suficientes. Había llegado.

Dormía profundamente, cuando el incesante sonido del teléfono de su habitación le recordó que el guía estaría listo esperando al soñoliento grupo. Incorporarse fue un esfuerzo exagerado, después de cuatro jornadas de pleno verano hindú visitando la enjoyada capital, los inundados arrozales, soportando las furiosas lluvias estivales que premiaban a los valles del Ganjes, del Indo y el delta ahogándolos en una sopa laboriosa de gente y de arroz. Ya no sabía ni siquiera en donde se encontraba al momento de levantarse. Para colmo, su estómago, desacostumbrado a la prodigalidad turística de delicadezas típicas, en vez de agradecerlas, respondía con nauseabundos aullidos, retorciéndole vehemente las entrañas.
Cuando estuvo listo, se aseguró de tener algunas rupias en la billetera. Se colgó la mochila y miró la hora. Las cinco de la madrugada.
No quedaba otra. Agra, la región que visitaría ese día, estaba bastante lejos de su lugar de alojamiento.
Durante el viaje supo que el Ganjes era un río místico, religioso. Un ceniciento riosanto de almas puras de hombres, mujeres y sobre todo niños desnutridos, que recorrieron la historia de ese país castigado, cuidando y alimentando meticulosamente a aquellas enormes vacas sagradas que pululaban por todas partes, sobreviviéndolos.
El viaje estaba resultando una experiencia fascinante. Las impresionantes contradicciones de lo que había visto hasta ese momento, lo desvelaron.

La combi que los trasladaba rodaba despacio. Ante sus ojos húmedos pasaba el interminable hormiguero de obreros que participaban de la cosecha del cereal aguado. La miseria se palpaba en la pesadez del aire. De repente, un monzónico vendaval repentino elevó una tela transparente de entre la encorvada masa humana. Una marea de pelo negro se desparramó a los lados del cuerpo esbelto, que se enderezaba rápidamente. Corrió tras el paño, etérea, con una especie de manto raído y grisáceo anudado aquí y allá, a modo de vestido, que la cubría toda. Le pareció una diosa oscura, desesperada, que desprovista de su chal resultaba indefensa, con toda su belleza descubierta.
Al pasar el vehículo a su lado, lo iluminó la mirada brillante de esmeraldas que le dirigió la muchacha. La observó directamente con insistencia y curiosidad. Ella percibió la invasión y se cubrió a medias el rostro con el dorso de la mano, sin dejar de mostrarle la vastedad acuática de sus ojos claros.
Nunca olvidaría ese momento, ni la expresión angustiosa de esa mirada.

Aproximadamente una hora después, entraban en Agra. Conocerían el famoso mausoleo Taj Mahal, emblema del arte Mughal. Caminaron lentamente por el jardín, relfejándose en el rectangular estanque central hacia la descomunal puerta y apreciando toda su magnificencia.
Una vez dentro de la tumba, supo que veinte mil hombres durante veinte años trabajaron para construirla. Todo por el amor del Sha Jahan, a su fallecida esposa favorita, Arjumand Banu Bagam, conocida con el apodo de Mumtaz Mahal, la elegida del palacio, que fuera muerta durante una guerra en la plenitud de su vida. Cuando le relataban la historia, pensaba si ella habría sido tan bella como la mujer del arrozal.
Se alejó momentáneamente del grupo para observar las numerosas inscripciones coránicas. Cuando miró a su alrededor vio que estaba completamente solo. Siguió andando, y apareció dentro de una sala octogonal. Caminó hacia una especie de monumento de mármol central. Eran los cenotafios de Mumtaz Mahal y del Sha Jahan.
Juntos para toda la eternidad -pensó tristemente
Cuándo quiso retomar la marcha, se encontró frente a una luminosa joven, envuelta en gasas rojas, anaranjadas, aliladas, que bailaba frenéticamente perfumando de especias el aire que él respiraba, mareándolo.
Se sentía transportado hacia otro tiempo, por un momento pensó que ella sería una atracción para los turistas. Pero allí no había nadie más que él. Ella comenzó a acercarse. Tanto, que le distinguió unos destellos de aguamarina en la mirada. La piel de aceituna se adivinaba entre los arabescos de su danza. Hasta que él de un zarpazo, quitó el velo que cubría a medias su cara ovalada y detuvo el hechizo.
Era ella, pero ahora envuelta en sedas, bañada en perlas, incrustada de piedras. Pero era ella, la mujer del arrozal.
-Vuelve con tu favorita, Jahan, amor mìo… -suspirò ella pegándole los labios rojos en la oreja.
Cuando él quiso tocarla, desapareció como una ráfaga.
Se quedò desconcertado y con el transparente velo pendiendo de su puño apretado.

viernes, 31 de julio de 2009

Un tema urticante, el del pròximo post...

Hay temas jodidos y èste del cuento que posteo seguidamente, es uno de ellos. No intento polemizar, pero sì avisar, que el contenido de éste, puede no gustar. De hecho, a un amigo muy querido, le pareciò un espanto.
Vi la noticia en la tele de la nena que cayò vìctima de un pedòfilo a travès del Chat y recordè… esta idea que me habìa surgido hace un tiempito.
A veces las cosas no son como las imaginamos, ni como las dan a conocer las noticias. Hay pedòfilos, por supuesto, cada dìa màs, pero tambièn, debemos reconocer que los niños tienen cada vez màs, inquietudes a edades màs tempranas.
Tienen inquietudes sobre sexualidad, una gran necesidad de comunicación con padres ausentes, y tienen acceso a programas de tv a toda hora de dudoso contenido, a información en la red y demàs yerbas que hace veinte años no existìan.
Tampoco todos los niños son iguales. Yo fui muy madura a edades tempranas, no me olvido de mi niñez y, ahora quizà sea por eso, que soy una adulta muy inmadura a edades “viejardas”.. Pero recuerdo con nitidez, esas inquietudes, los temas que tocàbamos con amigas parecidas y afines a mì y tambièn esos enamoramientos imposibles… que de haberlo sido, hubieran llevado a la càrcel a uno de sus integrantes…
Este es un cuento màs, quizà acepto que es un tema chotìsimo, pero con el estilo narrativo que me interesa y con esa dualidad que me gusta practicar y quizà algún día me salga.
Lamento y pido disculpas si a alguien ofende. Si yo tuviera hijas o hijos, morirìa si les sucediera el diez por ciento de lo que aquì cuento, tampoco mi reacción serìa la misma de la madre que describo, pero debo reconocer que hay gente, de mi edad, con niños de pocos años que no sabrìan siquiera còmo reaccionar. Es un cuento, no le sucediò a nadie que conozca.
Les mando un abrazo… la literatura es un gran espejo en que se reflejan las virtudes, pero tambièn las miserias del ser humano…(esta frase no es de nadie, creo, la acabo de escribir yo, que tampoco invento nada de nada).

ALGO HURTADO AL MUNDO DE LOS ADULTOS

Los redondeados dedos infantiles volaban sobre las teclas de la computadora, como hacía más de un año. Era la hora del mediodía en Buenos Aires. Ese tiempo muerto entre la clase de gimnasia y la de biología. Minutos robados, mientras los padres trabajaban, y ella corría a su casa a pasarlos con él.
El sol arrastraba los lentos segundos de aquella hora solitaria, alargando apenas los desolados días otoñales.
Se apuró a ingresar en la red, fue pasando rápidamente las instancias hasta lograr ver el nombre de su “cyber amigo” en la pantalla. Exhalando un suspiro enmarcado en una dulce sonrisa, lo dedicó a su extraño amor.
Recibió aquel “-hola maja”, ruborizándose una vez más. Como si el Atlántico fuese el arroyito de su barrio suburbano y él estuviese en la otra orilla, mirándola.
Alisó nerviosa la faldita tableada del uniforme escolar, asegurándose que la cámara de video estuviese desconectada…

Un eco de aires marinos llegó danzando sobre el asfalto madrileño y se abrió paso a través de la ventana entornada de la casa de él. El vientecito travieso lo distrajo levantando delicadamente la manta que cubría sus piernas eternamente adormecidas. Un minúsculo sonido le indicó que ella estaba allí, y le respondía con el “Hola amor” que él tanto esperaba. Esos dos simples vocablos que lo devolvían a la vida, pronunciados por las letras vivas de una mujer que le había confiado su soledad en un espacio sin distancias.
Y así comenzaba el diario deleite de las conversaciones encumbradas entre andariveles metafísicos e intelectuales. Y terminaban, enamorados, entre promesas y abrazos virtuales.

-Debo volver a mi trabajo –tipiaba ella, repentinamente aseñorada, pensando tal vez en la reiterada llegada tarde a la clase de biología.
-Pues ve, Señora mía, que tu jefe te regañará otra vez –sentenciaba él, escribiendo a toda máquina, para no demorar a la secretaria ejecutiva. Extrañándola de antemano en el lento deslizar de las ancianas horas de su vida.

Él le había mostrado su vida en párrafos frondosos de color y gloria pasados. Ella, ya sabía de sus hijos, nietos, bisnietos. Conocía la profunda herida de su viudez. Aquel refugio que fueron la literatura y la filosofía. Incluso el hombre le había enviado por correo sus trabajos más loados. Aquellos que lo habían llevado a la fama y el reconocimiento internacional, a pesar de su octogenaria inmovilidad. Él sabía que le quedaba poco por hacer, pero así y todo, la amaba de verdad y sentía lo mismo de parte de ella. En cada frase, en cada silencio, incluso cuando ella callaba al verlo sonreír y mandar besos volátiles a través de su cámara de video.
Él le arrojaba temerarios avances matrimoniales, a fin de lograr llevarla con él a España. La niña rechazaba estos románticos accesos comentando acerca de un esposo negligente pero muy amado. Mencionaba siempre la esperanza de salvar lo que habían construido juntos, a pesar de todo (de todo lo que había inventado, para poder hablar con el anciano). Ella siempre le dijo que no tenía dispositivos de audio y video; y sólo le mostraba un par de fotos en las que aparecía su opulenta madre, ya cuarentona, con sus atributos notorios, en una playa de la costa atlántica.
Él había comenzado a sentir el impulso viril entre la flacidez de las piernas, al ver aquellas imágenes provocativas. Aunque la había amado sin verla, entre los chispeantes renglones inteligentes que la chica enviaba, sin dejar de sorprenderlo jamás.

Aquel extraño día, harto de los imposibles de la mujer allende el mar, decidió proponerle juegos sexuales. Pensaba que la ansiedad de ser amada carnalmente le provocaría apurar lo inevitable. La separación de su esposo y la promisoria vida junto a él... en la otra orilla.
-Mi vida, hoy jugaremos un juego… -susurró con aquella voz elucubrada para amarla sólo a ella.
-ok –tipió ella, acariciando las trencitas terminadas en hebillas adornadas con el osito Pooh.
La cámara inició su conexión y le trajo las imágenes de aquel amor viejo que la haría sentir mujer, en ese raro momento tantas veces postergado.
Ella tiritaba, sola frente a la pantalla. Mientras lo veía ajustando la cámara y el micrófono, lo observaba en su sillón de ruedas y se levantaba las medias tres cuartas, avergonzada.
Finalmente, él quitó la manta de sus rodillas. Le pidió que ponga sus fotos de la playa que eran en realidad, las de la madre...
Y comenzó el juego...
Ella no tipiaba, no debía hacerlo. Estaba allí, mirándolo con sus inmensos ojos claros. Hacía lo que él le pedía.
Él hablaba lento, acariciando cada palabra. Detallaba todo lo que pasaría en su primer encuentro amoroso. El se refirió a sus pechos como si fuesen pesados y exuberantes y ella, se irritó acariciando sus pezoncitos apenas sobresalientes de un torso flaco de niña.
Llegó un punto en la erótica sesión, en que la chica empezó a gemir suavemente, transportada por las palabras del viejo, desbordante de sensaciones desconocidas. Vio al anciano descontrolarse de pasión, llamándola por el nombre de la madre. Al fin, el hombre acabó el juego y le mostró la penosa verdad sobre sus manos anudadas. Ella no pudo responder alarmada por el espasmódico goce que esto le había producido.
El hombre le preguntó si lo amaba. Continuaba semidesnudo, en su silla, agotado, bello aún en su senilidad por haberse sentido joven y querido. Le preguntaba si ella había sentido todo el placer completo. Pero ella no respondió.
Volvió a preguntarle...

Ella no respondía...

Se inquietó.

Pensó si acaso ella se habría horrorizado de su despliegue, a su edad. O tal vez, su esposo la hubiese descubierto. No sabía qué pensar. Sólo la llamaba, una y otra vez.

Esperaba y volvía a intentarlo...

De pronto la cámara porteña se encendió por primera vez. La hermosa mujer madura de las fotografías estaba frente a él, con una camisa abierta y los tremendos senos al aire.

-Cerdo pervertido! Estalló a los gritos, abriendo el audio. -Yo soy una hembra, viejo asqueroso, yo!–sacudía los pechos con las manos, desafiante -Qué hacía con mi hija!. Demente! Es una nena! –gritaba enloquecida.

Los crueles apelativos estallaban en Buenos Aires, cruzaban agua, cielo y tierra, para estrellarse reventando los vidrios de la casona colonial y destrozar la última esperanza en el frágil corazón de un hombre viejo.
Una catarata de lágrimas huecas le nublaban la horrenda visión de la brutal paliza que la mujer de sus sueños propinaba a una desconocida y desnuda niña de trenzas.
El anciano quería hablar, desesperado. Estiraba las manos afiebradas hacia la pantalla. Abría la boca sin poder explicar algo que apenas estaba intentando comprender, al ver a la muñeca inmòvil que no pasaba de los doce o trece años yaciendo acurrucada en un rincón, bañada en sangre. Quería recibir los golpes que estaban destinados a él, y no a ese cuerpecito dèbil que acababa de conocer algo que no debía... Algo hurtado al mundo de los adultos.
De pronto vio, espantado, a la mujer arrojarse al suelo y levantar en brazos a la criatura inconsciente. Notó que de la cabecita manaba un chorro de sangre y cuando la madre lo descubrió emitió un aullido herido y corriò con su liviana carga, fuera de la habitación.

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Minutos más tarde, el padre de la niña, entró en la habitación a buscar una muda de ropa para su hija que se reponía en el living. Al ir hacia el placard, notó la computadora encendida y aún conectada a la red. Se acercó para apagarla y vio al viejo en el pequeño cuadro madrileño y lejano. Tenía la cabeza ladeada, los ojos vacíos en un rictus de horror y los brazos a los lados de su silla de ruedas, colgantes y goteando las ultimas perlas de un rojo oscuro.
El hombre no hizo ningún gesto. Mirò la escena un par de segundos. Desenchufò violentamente la máquina, y dando un portazo, salió.