martes, 25 de agosto de 2009

LA COOPERATIVA LITERARIA!!

Hace un tiempo ya, mi amigo y maestro Miguel A. Yañez Polo, me ofreciò integrar la idea de una novela compartida. El y otros escritores andaluces, naturales de Sevilla, se propusieron hacer, una novela en la que cada uno escribiera un capìtulo. La cosa se manejò asì, uno escribìa el primer capìtulo y lo iba pasando, vìa mail, al siguiente en la lista. Cuando se hubiera terminado, Polo, el intelectual creador de este asunto, lo presentarìa a su editor, a ver què onda!. Por supuesto cada escritor debìa respetar el estilo, picaresco, de la novela andaluza de època. Polo fue el precursor e ideòlogo y yo, una entre muchos, que lo secundè. La novela no vio la luz aùn, sepan que no veo la hora de que asì sea, pero los tiempos editoriales son algo asì como otros tiempos que a veces, no son los tiempos humanos.
Màs abajo les presento, éste, otro estilo en que me fue muy gratificante escribir, fui aconsejada y corregida por Polo y se nota!!! y sepan que cada capìtulo es tan diferente, tan impresionante, y no puedo transcribirlos aquì, porque no son mìos, pero el dìa que estè lista esa bendita novela, ya lo conoceràn, seguramente... Y si no... bueno, les queda este cuentito, que es mìo, y les da un pantallazo de lo que podrìa ser la novela, una verdadera delicia.
Que lo disfruten!

CAPITULO IX, NOVELA COMPARTIDA

-Por Dios, Gompo, despertá¡
-Por Dios, Ángel mío, abrí los ojitos¡ -gritaban desesperadas unas manos blancas y alargadas

Gompo, con pequeños ojos lejanos sólo veía las manos y creía escucharlas vociferar. Luego el foco acercó a la mujer, dueña de esas uñas cortas y color de arena y su gesto preocupado.
Ya no había cabellos lacios ni negros, ni pelucas empolvadas, ni estaba en el Tíbet, ni en el bar Marítimo, ni en la mesa de mármol. Pero no estaba lejos de su barrio El Porvenir, seguía en su Sevilla, aparentemente.
No quería abrir los ojos del todo, todavía. Pasar de nuevo por las atormentadoras ensoñaciones lo molestaba. Sólo quería dormir. Aquel aroma de gardenias lo embriagaba, era real, y Gompo necesitaba un breve descanso de tanta locura. Un descanso en el seno de la tranquilidad de lo que, usualmente, eran sus simples días sevillanos.

-Shh, mujer, calla, estoy bien –susurró guturalmente a la sabana inundada de pecas anaranjadas, que se estiraba, casi sin pliegos, sobre la manta de piel de vicuña.

Gompo se decidió, a intentar admirar, el paisaje a su lado, aún con los ojos más orientales que hubiese tenido jamás. Y lo hizo. Era un panorama conocido, con pocos accidentes, casi una llanura pampeana.

-Mmm, mi niña –musitó debilitado

Acercó los labios a lo que encontró más cerca de sí. Una areola rosada, un vertedero de tibia leche ausente. Puntiagudo, al roce la lengua, más plano y redondo cuando se alejaba para verlo por completo.
Ella, su amante desde que fuera una veinte añera. De sonrisa lánguida en una boca llena de dientes de cuarzo cincelado. Lo miraba, demasiado felina, lejana, altiva, segura de sí, desde la experiencia que le otorgaban casi tres décadas y media de compartir con él su intelectual sapiencia y una mullida cama.
Gompo pensó que un Boticelli renacido la había pintado ese día. Yaciendo de costado, estirada cuan larga era en el lecho, sosteniendo su cabeza de frondosas llamaradas rojas, desnuda, detenida en el tiempo, posando para un artista muerto hacía siglos. Redondeada, una ¨Primavera¨ saliendo de su concha, con el cabello y la piel sumidos en tonos de blanco, rosado y naranja. A todas luces, suya. Eterna. Casi un lustro semi juntos, en aquella sedosa situación de mentiras disfrazadas, enmascaradas, como aquellas pinturas falsas que circulan por ahí, en el mercado negro.

Y ahora ella, su niña, aunque ya no lo era, lo traía, de nuevo, a la realidad.

-Estuviste soñando como un loco, viejo andaluz –dijo riendo las palabras y sacudiendo su estructura dulce y olorosa al ritmo de esas carcajaditas cristalinas que trastornaban a Gompo.

-Mira, muñequita, no hagáis más preguntas y déjame reposar aquí, en territorio conocido. Parece que hubiera estado tan enfermo que estuve a punto de soñar con el mismísimo Dios y con otras cosas que no quiero contarte -Gompo le suspiró, ya repuesto, la frase dentro de un viento de letras calientes que llegaron a la boca de ella, y la besaron.

Ella calló, supo comprender, había estado a su lado todo el tiempo que pudo, a escondidas, entreverada con otras gentes, sólo para que él sintiera su presencia. Sólo pensando que así podía evitar que Gompo empeore. Pensando en alejar a la tan temida de alrededor de su hombre.

Se sentía feliz ahora. Lo besó largamente en la boca. Lamió una a una las hebras blanquísimas de las sienes de Gompo. Acarició el vientre abultado. Era un campo ondulado, sembrado de finísimos vellos entrecanos. Una sábana arrugada por muchas batallas, unas ganadas, otras perdidas...
Posó sus labios gruesos y flexibles, arrastrándolos sobre el torso amado. Esos besos llegaron a los caminos bajos, ocultos, la ruta de los suspiros. El ocaso de los gemidos del pobre Gompo, que disfrutaba la puesta del sol, en aquella cama de nácar y encajes.
Luego, perspicaz, notó que el hombre se agitaba demasiado y las manos de dolientes dedos anudados empezaron a buscar más. Ella, gran entendedora, montó a horcajadas sobre la pelvis del hombre viejo. Sintió las manos ajadas prenderse a sus muslos húmedos. Y comenzó a bailar. Bailó, sin detenerse, la danza más antigua y hermosa del mundo. De suaves movimientos lentos, subiendo de tono en tono hacia un saleroso deleite andaluz, como a su hombre gustaba. Y bailó y bailó, hasta arrancar gemidos que eran más fuertes que los aplausos de un nutrido público si hubiera sido bailaora. Danzó hasta que los erguidos pechos cayeron con su cuerpo sobre la cara de Gompo y éste exhaló sus más hermosos colores dentro del lienzo de ella, su Primavera.



Gompo se despertó de la relajante siesta pos danza del amor, unos momentos antes que ella. Se quedó muy quieto. Observaba las facciones criollas tan conocidas. Los oscuros ojos almendrados, achinados, de india o de gata. Las pestañas rubias, espesas, junto a la piel blanca y salpicada de lunitas de naranja. Esa palidez propia de las personas nórdicas. Pero luego, por debajo de la nariz recta y fina, aparecían los labios. Tremendos, capaces de todo, tan rosados, tan claros, pero gruesos y exagerados como los de las mulatas. Quizá inflamados de besar en la forma en que besaba, la india colorada, la ¨uruguaya¨, la amazona, la valkiria, o todos los apodos con que la nombraban los contertulios de su hombre.
Gompo recordó, melancólico, cuando ella había sido una especie de Lolita, una niña tentadora, peligrosa, con escasos veinte años, toda ojos, toda boca, ansiosa y volcánica, persiguiéndolo hasta volverlo loco de deseo y de pasión. Aquella que, pasaje en mano, luego de su conferencia en el Uruguay, se le sentó al lado en el avión y luego de tantas horas de vuelo, logró con sus artes de niña bien nacida y de india embaucadora, arrebatarlo contándole de su gran admiración, de su locura por sus pinturas y por sus libros tan loados. Esa que logró confundir su razón con esa melena roja que desparramaba hábilmente sobre su hombro y que tanto hizo, que bajó del avión a su sombra, de la cual ya nunca saldría.

Gompo tuvo que alejarla un poco de sí. Ella había despertado, y consentida por la mirada de él, arrullada por el ansia manifiesta del elevado mástil, había empezado a jugar juegos prohibidos manejando con la boca la proa y comenzando a navegar junto al viejo, de nuevo.

_Vamos niña, deja ya eso, vístete y ven a la tertulia conmigo –le dijo, empujándola suavemente para sacar su verga de la boca de ella.

Ella, con su sensualidad extrema, protestó débilmente y se levantó. Le dijo que lo había extrañado mucho, que la deje jugar un ratito más. Gompo no comprendió pero no le hizo caso. Y se fue directo a la ducha.

La uruguaya lo había acompañado sólo en pocas ocasiones. Los contertulios no la recibían con agrado. Y no era por el tema del pecado ni nada de eso. Ellos no eran ningunos santos. La tildaban de acomodada, de mujer caprichosa, consentida a más de mantenida. Eso enojaba a Gompo porque él consideraba que cada centavo gastado en ella era un pago, una recompensa por brindarle todo eso. Para él había sido un regalo del cielo, toda esa carne, todo ese fuego, todo eso para él solo. Imaginaba la envidia de sus amigos, y era lógico. Ellos yacían entre senos colgantes y eyaculaban dentro de vaginas de momias egipcias tan arcaicas como ellos mismos, una vez al mes.

Ella dibujaba cortos versos de vez en cuando. Lo hacía mientras retozaba junto a la piscina del condominio que Gompo pagaba para ellos. Pero la amazona prefería leer, leer de todo, pero más a fondo los libros de su hombre, para elogiarlo, para mantenerlo a fuego lento y adorarlo como a un dios griego, como él se merecía. Él estaba encantado con esta actitud, claro que no lo reconocía, pero esos festejos de sus obras premiadas... Esos festejos entre los oropeles de sus sábanas sedosas lo encandilaban.

A veces Gompo llevaba los versitos de ella a las reuniones, maravillado con su niña prodigio. Y sus amigos, la despellejaban viva. Burlones, divertidos, criticaban mordaces su estilo naif y romántico. Tenían razón, pero Gompo vivía cegado, enamorado. Y ellos, secretamente, la deseaban.

Cuando por fin llegaron a la reunión en el bar Marítimo, lo hicieron muy demorados. Los contertulios rebuznaron amargados al ver a la amante de Gompo, a su lado, sobresaliendo un par de cabezas sobre la altura del escritor.

-Con razón –le dijo Hermós a Ribera
-Debe de haberle hecho sexo oral al vejete hasta hace unos minutos, la muy puta –replicó Ribera con sorna

Cuando Gompo se acercó, los saludó amablemente sin sospechar estos comentarios, o más bien, suponiéndolos e ignorándolos.

-Hola señores, cómo están? –saludó alegre a todos, la uruguaya

Pérez de la Huesa observaba a la pelirroja desde detrás del mostrador. Ella le hizo un levísimo movimiento de cabeza y el pelado corrió hacia ella, para tomarle el pedido. Anotaba su moka con letra lenta y suave, regodeándose en la calentura que le provocaba andarle mirando el escotazo. Luego regresó, todo sonrisas, hasta el mostrador que le ocultaba la notoria erección.

Ribera sacó un tema, como si nada, y empezó a hablar del último libro de Ernesto Sábato en la Argentina. Habló de su pesimismo extremo, de su vejez notoria. De su permanente adiós. La valkiria no estaba de acuerdo con esto. Extrema admiradora de Sábato, defendió a muerte su punto de vista. Su odio a la masificación de las personas. A la temible cultura televisiva. La apología permanente de la violencia, de las drogas y del sexo como adorno en los programas de televisiòn, usando mujeres bonitas a modo de guirnaldas en un cumpleaños. Ribera y Hermós, la refutaban, la zarandeaban, la vapuleaban con sus rebuscadas palabras, pero Gompo estaba atontado, esta vez ni la defendía, no entendía cómo podían hablar de eso así como así, sin más. Con todo lo que le había ocurrido a él. O no le había ocurrido?. Así las cosas, siguió oyendo, como quien oye llover.

Año tras año cada uno de sus amigos, que también habían tenido sus aventurillas extramatrimoniales, habían pasado noches enteras, como de la Huesa, imaginando la calidad amatoria de la uruguaya instruida. Como a veces la tildaban, socarronamente. Es que luego de ella, no había habido otra para Gompo. Y si bien él siempre había sido reservado con su vida sexual, en varias oportunidades, la parejita había manifestado al unísono las ganas de pasar al excusado. Los demás, pícaros, los habían seguido sutilmente y los habían visto besándose como colegiales, o incluso, un día tormentoso, habían sido testigos de cómo ella, en cuclillas llenaba y vaciaba su hermosa boca con la verga de Gompo. Y el pobre hombre, cabeza echada hacia atrás, respirando entrecortado, como podía, no se percataba de nada. Pero ella, maliciosa, sin soltar su presa, les había hecho un provocativo guiño de sus ojos invitadores.

Ella era puro placer y ellos lo sabían, y aún sabiendo que más allá de sus deslices traviesos, ella amaba a Gompo y lo había amado en esos dulces quince años que llevaban noviando, como decían ellos. Y encima, lejos de vaciar los bolsillos de Gompo, ella había sido su musa, y él, desde que estaba con ella, había escrito lo mejor de su carrera, se había vuelto exitoso, su matrimonio estaba mejor que antes y había ganado los premios más ansiados por todos los escritores contemporáneos. Además, había expuesto una serie de cuadros basados en la Sevilla antigua, y los mismos tenían de fondo, casi había que descubrirlo mirando profundamente el cuadro, el mismo rostro transparente, de una extraña pelirroja de rasgos latinos.


Pero el ahora atormentado Gompo, con su amazona a su lado, pretendía saber qué había sido todo aquello. Todo lo que lo había torturado durante aquellos días u horas o momentos pasados en la más absoluta confusión.

Los cuatro estaban sentados a la mesa de la ventana, el sol sevillano ahora se abría paso brutalmente entre sillas y mesas. Eran casi las doce y media del mediodía. Cada uno frente a su moka cremosa. Permanecían quietos, mirándose. Sólo ella, arrebolada por la febril charla sobre Sábato que más que charla había sido una discusión muy molesta, sólo ella provocaba aún con su actitud. Esa defensa que ponía cuando ya no tenía argumentos, su sensualidad. Pasaba su largo dedo sobre la crema blanca de la moka, lo cargaba. Luego, deslizaba ese dedo encremado sobre sus labios rojos, para pasar la lengua por ellos tomando la crema, mientras entrecerraba los ojos deleitada, como una gata, excitada, mirándolos a los ojos a cada uno de ellos, por deporte.

Gompo rompió el silencio.

-Qué fue todo aquello, muchachos? –les disparó

-Díganme qué pretendían con tanto embuste y por qué hoy pareciera que nada ha sucedido? –siguió acosándolos

-Qué quieres decir, Gompo?-preguntó Hermós, y parecía sincero

-Eso, a qué te refieres? –lo apoyó Ribera

Gompo comenzó a hablar de las alucinaciones, del ácido lisérgico, de la trampa que le habían tendido. Contó lo de su respuesta, como otra trampa hacia ellos, bien tramada por él y de la Huesa. De toda la confusión que había sentido, de su dolor, del sentimiento de traición. Pero como respuesta, Ribera y Hermós, sus amigos, carcajearon locamente.

-de la Huesa metido en algo contigo? En algo en que haya que hilvanar más de dos pensamientos juntos? Imposible¡ -rió Hermós

Ribera miró de soslayo al pobre de la Huesa que intentaba oír lo que decían, apoyado en el mostrador, tomándose una oreja con su mano derecha, ya que le parecía que alguien se estaba burlando de él.

Gompo continuó hablando, no conforme con la respuesta. Preguntó que qué fecha era. Si había pasado ya el concurso. Quién lo había ganado, etc.

Hermós sacó del bolsillo izquierdo de su saco una nota del periódico local. Allí estaba la foto de Gompo, sosteniendo sus gafas, como siempre. El marquito de la foto cortaba educadamente su calva, como él siempre lo solicitaba a los medios gráficos que lo querían tener entre sus páginas.


Y ahora todo estaba más claro. Al menos lo que le importaba estaba claro. En ese momento el ambiente se llenó del perfume de la clara voz de la mujer del cabello en llamas. Ella, tomando con una mano la de él, y con la otra la nota del diario. A toda boca, sonriente, le leía emocionada, la nota.

¨El gran escritor y artista plástico andaluz, el muy sensato y muy ilustre, Don Fulano Gompo luego de un memorable pico de estrés que casi lo lleva a la muerte, salió de la terapia intensiva del hospital central, el viernes pasado. Ya recuperado, el próximo jueves recibirá, junto a su señora esposa, Doña Fulana de Gompo y Mengánez, y a tres de sus cinco hijos, el honorable ¨Poltor de Oro¨ a la mejor comedia andaluza de la última década. Premio que entrega el señor alcalde Don de la Huerta, en nombre de la muy leal y muy ilustre y muy loada Ciudad de Sevilla¨

miércoles, 19 de agosto de 2009

Qué lindo soñar cuentos...

Y sì, una vez me dijo una escritora, en un taller literario que si veìa cada acontecimiento en la calle, en la familia, entre mis amistades, o en la vida misma, como un cuento, entonces, podìa considerarme una escritora. Ese es el leit motiv de mi vida. Todo el tiempo ir miràndolo todo como un cuento. Puede ser que a eso se deban esos sueños en los que me desplazo a diez centìmetros del piso... para el anàlisis, sì, jajjaj. De todos modos, sueño despierta, sueño cuentos, cuento cuentos, vivo cuentos... Acaso quien dice si la vida no es cuento, si la vida es sueño (què grande el que dijo esto muuuucho antes que yo!)? Alguien sabe a ciencia cierta què es todo esto por lo que pasamos? Cada uno lo vive como puede, como quiere, como decide...
Y bueno, yo lo vivo asì... y así escribì a mi Ernesto, soñando un cuento, con el los dejo porque...
Para mì la vida es un cuento!

Ernesto

El agudo quejido del teléfono la despierta, como siempre… Con dos líneas en lugar de ojos se incorpora lastimeramente y alcanza el aparato.

-Hola mamá, me escuchás? –chilla una vocecita infantil del otro lado de la línea
-Hola soy yo, Ernesto, hola, hola!

Ella, semidormida, le dice que no es a quien busca, pero él no la escucha, nunca la escucha…

-Disculpáme pero no se oye nada… -casi grita, el jovencito del otro lado
-Me encantaría que dejes de llamar, que encuentres a la persona que buscás, pero no es acá, no es acá…-se desgañita

El marido, serio, le saca el aparato violentamente de la mano y cuelga.

-Vamos a cambiar el número –dice con un rostro vacío de sentimientos. Ella piensa que su cara se mantiene tan fresca porque nunca gesticula, no sonríe, no lanza carcajadas al aire, no frunce el entrecejo, no se arruga en una discusión, porque nunca discute, claro.

-Me apena esa voz, es sólo un muchachito, casi un niño y busca a la madre. Siempre equivoca el número y para peor, no me escucha…-ella intenta explicar lo inexplicable con ojos desbordados al hombre que no suspende la articulación de sus menesteres para el día laboral, repitiendo idénticos movimientos estudiados para una máxima optimización de los minutos entre el despertar y la partida.

-Perdés el tiempo, vamos a cambiar el número para que no nos moleste más. Que llame todo lo que quiera, pero no aquí, ya no soporto esta insistencia –dando por terminada la conversación y su taza de café, da un golpe con la puerta y se va al trabajo, siete y media en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos.



Elena sale del sopor del tranquilizante. La luminosidad blanca del lugar le recuerda que no está en su cama. Ve el rostro piadoso de un hombre mayor diciéndole que el procedimiento acabó. Sus labios se despegan para liberar parte de su alma con la forma de un suspiro. Ahora le queda resignarse a la espera, volver a casa en el taxi que las enfermeras le han llamado.

En su sillón preferido, el que a esa hora se decolora al sol en el balcón, se desparrama para ordenar sus recuerdos de esa mañana. Ellas creían que no escuchaba, que no era capaz de sentir esa pena por sí misma que las solícitas mujeres junto al doctor sufrían por ella.
-Pobre mujer, cuántos estudios, todos tan invasivos –decía dolida una de ellas
-Y bueno, se empeña en tener un hijo, debe hacerlos, son parte de la rutina antes de decidir qué hacer -opinaba la otra, más curtida, más dura. –Además, el tiempo corre, querida…, no es una nena…
-basta brujitas –las reprendía dulcemente el viejo médico –esta señora sólo quiere saber si es capaz de concebir, porque la naturaleza no se lo ha permitido conocer aún.

Como en una película puesta en avance rápido, el sol de Elena dibuja un arco sobre el cielo y se oculta. Mira la hora. Seis menos cinco, se levanta y va a la cocina a preparar el mate. Seis en punto, tras un ruido de llaves, aparece él. Se acerca. La besa. El humeante calabacín del mate empieza a circular entre los dos. Se rompe el silencio.
-Y, qué tal el estudio? –le pregunta atento
-Feo, como todos, pero creo que es el último, si éste sale bien, sólo habrá que esperar –susurra con la mirada en el suelo.
Siente la mirada de él en su pelo rojo y eleva la vista. Va a decirle algo pero, como siempre, el teléfono los interrumpe.
-Hola, hola, soy yo, yo otra vez, me escuchás? –el chico equivocado de nuevo en la línea
-Hola, mamita te quiero, ojalá me escuches, no te aflijas…
Elena, no puede más que sufrir por esa mujer lejana que no recibe nunca aquella llamada y por el chico que cree cumplir con ella.

Esta vez, solo miró a su esposo pero no atinó a decir nada. Para qué? Ya sabía que él no recibía sus palabras. El marido se acercó y le dio una servilleta para que se seque las lágrimas.
-Estás muy sensible o de nuevo es la depre? –la reprendió con ternura


Dos semanas después y antes de recibir los resultados de los estudios, por fin, la noticia. Estaba embarazada.
Festejaron en la intimidad. Cenaron con un velón blanco en el centro de la mesa y se acurrucaron en el gran sillón del living a mimarse. Estaban dedicados a indagar entre las páginas crepitantes de un libro antiguo, cientos de nombres, sus significados y orígenes, cuando sonó el teléfono. Ella se levantó de un salto. Pensó que sería su madre, ansiosa, preguntando qué comprar para la criatura, pensando por ellos en miles de problemas que podrían presentarse y que ella, únicamente, podría resolver.

Pero era la pequeña voz otra vez.

-Hola, escucháme, tu mamá no vive aquí –disparó una Elena mas segura, bien plantada.
-No te oigo nada, ma, pero si estás ahí, te quiero, pronto nos vemos, chau, chau -gritó desde lejos
-Hacía rato que no llamaba ese idiota –susurró el marido. -Nunca me acuerdo de pedir el cambio de número…
-dejá el teléfono y mirá, ya vamos por la E -le dijo ella -qué te parece Ernesto?
-Ernesto? –pensó en voz alta él

Sonrieron, se besaron, cómplices y amigos eternos.
.
Esta vez el llamado del chico no los dejó inquietos, ni preocupados. Siguieron abrazados en la semioscuridad haciendo sus proyectos y olvidaron el momento aquel, enseguida.

Además, las llamadas, desde ese día cesaron,…Ernesto ya estaba camino a casa.

viernes, 7 de agosto de 2009

El desafìo de Alfredo!!!!!!

Alfredo, seguidor de este blog y aficionado al arte escrito, al igual que yo, me propuso realizar un texto breve en su estilo, que yo escriba uno en el mío, luego intercambiárnoslo y cada uno reescribir en el suyo propio el texto del otro.
Me pareció todo un desafìo y el resultado fue una cosa muy loca de la que creo, aprendemos los dos. Una especie de taller literario virtual que luego, obviamente, ha generado un montón de mails con aclaraciones, explicaciones, el famoso “yo quise decir esto o lo otro” y “vos cómo lo interpretaste así?” y demás conversaciones por demás ricas que no voy a publicar aquí, pero sí, les remito el resultado final.
Esto no tiene pulidos, ni repensados, ni presentaciones a gente letrada para ser corregidos, ni mucho menos… Esto es para que, todo aquel que, como Alfredo o yo, tenga ganas de expresarse de este modo, lo intente sin más dilaciones. Hay que leer mucho, claro, para poder escribir, no voy a decir que no, pero por lo menos, si a algunos les sirve para hacer catarsis, para sacar un miedo afuera, para canalizar la angustia y transformarla en un pan menos amargo… bienvenidas sean las letras, aùn los palotes de principiantes. Todo esto ùltimo es tan vàlido como lo que, tanto Alfredo como yo, intentamos hacer y que es llegar a transformarnos algún día en escritores que publican acercàndonos a la escritura ficcionándolo todo en la vida, pensàndolo todo como una posible narración, cuento, novela o poesía, …respirando letras… Y con esto, èl con su propio blog, yo con el mio, hacemos frente al miedo a la no aceptación y a la apatìa del posible lector y aprendemos todo el tiempo.
En breve iré publicando algunos apuntes valiosos sobre escritura que conservo y que podrán ayudar a quien lea aquí y quiera canalizar por un camino mas ordenado, sus escritos, o ver si los que tienen hechos pueden ser mejorados o corregidos.
Ahora los dejo con este precioso desafío de Alfredo y espero ansiosa los comentarios, como siempre, aquì o en mi mail, que puedan surgir de estos textos y sus diferentes interpretaciones.
Vayan preparando el cafecito, en este día gris, para que el ratito de ocio, lo pasen hoy, con nosotros. Hoy, en el blog, somos dos!

Encuentro mi ser (versiòn de Marta Mena)

Un sinfín de globosos rostros angelicales, figuras rollizas de jóvenes Venus de Boticelli, algunos Boteros descoloridos en pálidas tonalidades de lavanda y blanco tiza, y hasta animalitos voladores, danzaban níveos sobre el fondo azul claro de un cielo soñado…
No sabía de donde provenía aquella visión.
Mi cuerpo mortal flotaba, ahora indolente y liviano, girando bajo la bóveda celestial, liberado de ataduras físicas, pura energía y placer absolutos, a muchos metros del suelo.

Debajo, un peine invisible alisaba inconmensurables campos de doradas espigas y era el mismo río gaseoso que me transportaba cálidamente en un abrazo afectuoso como de amigo amado.
Yo era parte de los elementos, era agua, era aire, en mis venas fluía constante el fuego de amores pasados y mi mente, recibía en impulsos cálidos todas las imágenes queridas, mi tierra, mi lugar y la gente que me había ayudado a existir, generaciones anteriores que me dieron el lugar que ocupé y que, aparentemente, hoy estaba dejando…

Supe que la virtud había descendido hacia mí. Que ya pertenecía a esa otra esfera. Que toda esta llegada podría haber sido, pero, aparentemente, no sería bienvenido aún… Y cuando el rayo helado reventó sobre mi pecho aún caliente de deseos insatisfechos, volví a sentir un fluir lento y pesado de la sangre salobre en mis venas y en mis arterias, y la pulsión de vida, de esa otra vida, la dolorosa, la conocida, la que había ansiado tanto, me llenó de nuevo.

No pude resistirme, sin fuerzas y aún con la visión de aquella otra realidad, volví a la mía, patética e inerte, insalubre y postrada… Pero todos los que amo y, por quienes soy amado, estaban aquí. En este lugar blasfemo, lleno de miseria e indignidad, que sin embargo albergaba todo aquello por lo que habìa luchado tanto…
Entonces, una fina línea azul se abrió paso a través de mis párpados enfermos, y la luz de mis seres queridos me iluminó con su ternura y con su manifiesta alegría.
...Aquellos otros tendrían que esperar un poco mas, aquella boca deseada, mas adelante, me tendrá...

Encuentro mi ser (texto de Alfredo)

El cielo entrecortaba figuras indescifrables, con su sabio pulso y su don innato. Dejaba entrever su fondo blanco, de nubes irregulares, como copos de algodón en tres dimensiones. Me preguntaba que hacía yo ahí a tantos metros del piso.

No supe realmente que era todo aquello, pero sentí que una inyección de vida entraba en mi cuerpo, que se relajaba y gozaba de ese espléndido momento. Me sentía que Dios se había apoderado de mis malos hábitos y posturas erróneas. El mundo parecía mas atractivo, podía verlo en distintas posiciones, desde la más conocida hasta girando compulsivamente, pero para mi todo era muy bello.

Desde allí se veía un campo espigado que era acariciado por suaves ráfagas de viento opalino, sin arrastrar sedimentos, ni partículas extrañas. Era constante y cadencioso. Generaba el agrado del que lo sabía apreciar, con esa intriga que se apreciaba en sus movimientos.
El cielo celeste, impactante me acariciaba por encima del hombro, cual si fuera un amigo afectuoso y comprensivo. Me regocijaba de manera su cariño asombroso, exultante.
Con aire puro y cálido se llenaban mis pulmones, pero más aún, mi alma nueva lo sentía, abriendo un camino suave, virtuoso que todo lo renueva.
Y un vapor tan perfumado que emanaba del entorno, con hechos tan humanos hacía que mis ojos se abrieran como dos esferas, a punto de salir de sus órbitas. La vida se adornaba de gente bella. Me preguntaba si esa era mi hora, el último pasillo, el final del recorrido. Porque no habré llegado antes, de lo que me perdí tanto tiempo allá en la tierra, pensé.

Ni hablar de esa imagen del crepúsculo que quedaba en mi retina, la caída del sol, ese momento sublime. Era puro romanticismo Así sentí que mi espíritu ardía y quería hacer el amor.
De pronto un viento frío sacudió mi rostro. Mi cuerpo estaba empapado de un sudor extraño. Un rayo fluorescente, lanzó chispazos plateados y amenazantes.
Y cerré mis ojos y vagué en mis pensamientos y ese agradable sabor a vida perduraba aunque estaba en otro lugar y mi cuerpo no estaba sano y mi deseo era volver a andar y no podía.
Estaba muy solo en un lugar lejano, en un paisaje gris y oscuro que me rozaba con desgano. Era un momento muy duro, de esos recargados de soledad y blasfemias, de frío contundente como para que nadie se asome, para que todo quede ausente y desolado.
Pero abrí la ventana de ese mundo en mi retina y mi mente hizo proclamas y la vida continuó como si nada. Y allí estaban todos los que siempre me brindaron amor, que me acariciaron con sus modos y calmaron mi dolor.
Pero mis pies están en la tierra, no la podían besar.

EL LLANTO DEL ÀLAMO (VERSION DE ALFREDO)

Esa mañana mi sentimiento fue abordado por el asombro. No sabía la razón, pero el patio se había llenado de hojas, mas de lo habitual. Era una mañana de agosto y el álamo se había desprendido de gran parte de su frondosa copa, hasta ayer repleto de hojas.
Un clic se hizo en mi mente y advertí que a aquel imponente coloso le había llegado su hora y no me queda otra alternativa que limpiar el lugar y depositar sus restos en una vieja bolsa de consorcio.
Cada tanto lo observo compungido y me siento muy triste. No recuerdo desde cuando esta allí aquel viejo álamo, pero es parte de mi historia, de mis raíces y temo también por mí. El y yo somos uno.
Siento el espíritu de ese ser vivo que tanto significado tiene, que fue testigo de toda mi vida y me siento agradecido.
El es mi vida y lo sabe. Y nos damos consuelo mutuo y tiene conocimiento de toda la historia, confesada tantas veces en mis días de frustración.
Es más que un árbol centenario, es la sabiduría, el amor eterno que perdura a través de los siglos. Es el árbol de la vida, por lo menos para mí.

EL LLANTO DEL ÀLAMO (MARTA MENA)

Una ondulada marea crepitante recibió mis pasos asombrados, aquella mañana de agosto.
El álamo habría llorado intensamente la noche entera, acongojadas penas de amor, para alfombrar el patio de esa manera.
Y mientras percibo la triste mirada plateada, desde las alturas de aquel árbol añoso sobre la insignificancia de mi persona, tomo la escoba y me dispongo a barrer las hojas. Con cuidado, con respeto, arrastro silenciosamente sus tristezas y lágrimas, cada tanto miro hacia su copa raleada, de soslayo, temerosa de ofender su magnificencia con mis afanes domésticos de encontrar los escondidos baldosones de cemento que atrapan sus raíces, ésas que sostienen mi casa.
Pero cada tanto me eriza la piel de la nuca, un sibilante suspiro, el hálito aliviado que le produce, mi simple tarea de barrido y embolsado. Como una enfermera necesaria que alcanza un te o vacía una bacinilla, o incluso retira los paños recalentados de la frente de un moribundo.
Funcionales el uno al otro, en mudo y mutuo entendimiento, mientras respiro su aire vegetal y me muevo en la cadencia de sus composiciones musicales de viento y clorofila, tomo conciencia de una existencia espiritual, centenaria, de amor eterno, y de su sabiduría intransferible encerrada durante siglos dentro de un tronco encadenado al suelo de esta casa.

martes, 4 de agosto de 2009

Viajar con la imaginaciòn...

A veces, tenemos el sueño de viajar, pero por una cosa u otra, no podemos darnos ese gusto, lujo o como le quieran llamar. Algunas personas tienen en su vida, como un sino, los viajes alrededor del mundo. Aunque quieran esconderse, atarse al poste de luz de su casa o lo que sea, para quedarse, los viajes los encuentran, pero aún así, no logran luego, transmitir con veracidad y vehemencia, la gracia de cada pueblo, la magnificencia de las grandes ciudades o la arrogancia de la naturaleza, salvo que sea, mostrando miles de fotos. La fotografía es un arte válido claro que si, pero si va acompañado de una vívida descripción, relato, o experiencia vivida, es infinitamente mejor y màs rica.
En literatura se estila para crear un ambiente, una situación de la historia, hacer una pequeña o gran investigación, antes de iniciar, por ejemplo, una novela. En este caso me propuse como ejercicio, tomar el atlas, papel o virtual, y ponerme a tomar data de algún lugar x, que quisiera conocer en mi imaginación. Hice un recorrido en mi mente, si quieren llamarlo virtual sin tecnología, podrìa ser… y me lancè a contar una historia fantàstica, rodeada de cosas que pueden suceder, impactar, o vivenciarse en un determinado periplo turìstico.
Creo que es un ejercicio interesante de narración, de imaginación y de creación literaria y si puede lograr que un lector, sienta el viaje, vea lo que yo quiero que vea, sienta el cansancio maratònico que siente el protagonista en su odisea, incluso como hago aquì, en tiempo presente, para que sea màs real aùn… bienvenido… ustedes diràn si han viajado conmigo o no, en este cuentito que sigue.
Tengamos en cuenta que William Faulkner escribìa en el granero de su granja y jamàs viajaba y sin embargo, nos ha hecho conocer tantos lugares impensados. Acaso nadie de ustedes ha viajado con Verne? Yo conocì Marte y sus lunas con Bradbury, que en short, medias y zapatos negros, dudo que haya ido muy lejos, y menos, bajo ningún aspecto, que Mr. Crònicas Marcianas, haya estado allì màs que en su frondosa imaginaciòn!!! Pero todo lo que èl me describiò con su pluma encantada... vaya si lo vì!!!
Abrazos inmensos, prepárense un café y los espero en el cuento que sigue!!!!

La princesa de los arrozales

Pegado a la ventanilla del avión, estudiaba la encadenada cartografía de los montes Himalayas.
Ansiaba conocer aquel país de exquisitos templos milenarios, cuyos tesoros protege con su vida uno de los pueblos mas pobres de la tierra.
Frente a sus ojos se divisaban unas serpenteantes cintas verdosas que surcaban el desierto, recordó que según su escueta investigación, serían los ríos Jumma y Ganjes. Esos mismos, cercaban algunas de las tantas poblaciones que él iba a visitar. La ondeante cadena dorada, se había transformado con el descenso de la nave, en una muralla infranqueable cada vez más alta y lejana.
Entre un montón de palabras impronunciables que lo dejaron impávido, reconoció solo tres, aeropuerto - Nueva Delhi. Fueron mas que suficientes. Había llegado.

Dormía profundamente, cuando el incesante sonido del teléfono de su habitación le recordó que el guía estaría listo esperando al soñoliento grupo. Incorporarse fue un esfuerzo exagerado, después de cuatro jornadas de pleno verano hindú visitando la enjoyada capital, los inundados arrozales, soportando las furiosas lluvias estivales que premiaban a los valles del Ganjes, del Indo y el delta ahogándolos en una sopa laboriosa de gente y de arroz. Ya no sabía ni siquiera en donde se encontraba al momento de levantarse. Para colmo, su estómago, desacostumbrado a la prodigalidad turística de delicadezas típicas, en vez de agradecerlas, respondía con nauseabundos aullidos, retorciéndole vehemente las entrañas.
Cuando estuvo listo, se aseguró de tener algunas rupias en la billetera. Se colgó la mochila y miró la hora. Las cinco de la madrugada.
No quedaba otra. Agra, la región que visitaría ese día, estaba bastante lejos de su lugar de alojamiento.
Durante el viaje supo que el Ganjes era un río místico, religioso. Un ceniciento riosanto de almas puras de hombres, mujeres y sobre todo niños desnutridos, que recorrieron la historia de ese país castigado, cuidando y alimentando meticulosamente a aquellas enormes vacas sagradas que pululaban por todas partes, sobreviviéndolos.
El viaje estaba resultando una experiencia fascinante. Las impresionantes contradicciones de lo que había visto hasta ese momento, lo desvelaron.

La combi que los trasladaba rodaba despacio. Ante sus ojos húmedos pasaba el interminable hormiguero de obreros que participaban de la cosecha del cereal aguado. La miseria se palpaba en la pesadez del aire. De repente, un monzónico vendaval repentino elevó una tela transparente de entre la encorvada masa humana. Una marea de pelo negro se desparramó a los lados del cuerpo esbelto, que se enderezaba rápidamente. Corrió tras el paño, etérea, con una especie de manto raído y grisáceo anudado aquí y allá, a modo de vestido, que la cubría toda. Le pareció una diosa oscura, desesperada, que desprovista de su chal resultaba indefensa, con toda su belleza descubierta.
Al pasar el vehículo a su lado, lo iluminó la mirada brillante de esmeraldas que le dirigió la muchacha. La observó directamente con insistencia y curiosidad. Ella percibió la invasión y se cubrió a medias el rostro con el dorso de la mano, sin dejar de mostrarle la vastedad acuática de sus ojos claros.
Nunca olvidaría ese momento, ni la expresión angustiosa de esa mirada.

Aproximadamente una hora después, entraban en Agra. Conocerían el famoso mausoleo Taj Mahal, emblema del arte Mughal. Caminaron lentamente por el jardín, relfejándose en el rectangular estanque central hacia la descomunal puerta y apreciando toda su magnificencia.
Una vez dentro de la tumba, supo que veinte mil hombres durante veinte años trabajaron para construirla. Todo por el amor del Sha Jahan, a su fallecida esposa favorita, Arjumand Banu Bagam, conocida con el apodo de Mumtaz Mahal, la elegida del palacio, que fuera muerta durante una guerra en la plenitud de su vida. Cuando le relataban la historia, pensaba si ella habría sido tan bella como la mujer del arrozal.
Se alejó momentáneamente del grupo para observar las numerosas inscripciones coránicas. Cuando miró a su alrededor vio que estaba completamente solo. Siguió andando, y apareció dentro de una sala octogonal. Caminó hacia una especie de monumento de mármol central. Eran los cenotafios de Mumtaz Mahal y del Sha Jahan.
Juntos para toda la eternidad -pensó tristemente
Cuándo quiso retomar la marcha, se encontró frente a una luminosa joven, envuelta en gasas rojas, anaranjadas, aliladas, que bailaba frenéticamente perfumando de especias el aire que él respiraba, mareándolo.
Se sentía transportado hacia otro tiempo, por un momento pensó que ella sería una atracción para los turistas. Pero allí no había nadie más que él. Ella comenzó a acercarse. Tanto, que le distinguió unos destellos de aguamarina en la mirada. La piel de aceituna se adivinaba entre los arabescos de su danza. Hasta que él de un zarpazo, quitó el velo que cubría a medias su cara ovalada y detuvo el hechizo.
Era ella, pero ahora envuelta en sedas, bañada en perlas, incrustada de piedras. Pero era ella, la mujer del arrozal.
-Vuelve con tu favorita, Jahan, amor mìo… -suspirò ella pegándole los labios rojos en la oreja.
Cuando él quiso tocarla, desapareció como una ráfaga.
Se quedò desconcertado y con el transparente velo pendiendo de su puño apretado.