viernes, 7 de agosto de 2009

Encuentro mi ser (texto de Alfredo)

El cielo entrecortaba figuras indescifrables, con su sabio pulso y su don innato. Dejaba entrever su fondo blanco, de nubes irregulares, como copos de algodón en tres dimensiones. Me preguntaba que hacía yo ahí a tantos metros del piso.

No supe realmente que era todo aquello, pero sentí que una inyección de vida entraba en mi cuerpo, que se relajaba y gozaba de ese espléndido momento. Me sentía que Dios se había apoderado de mis malos hábitos y posturas erróneas. El mundo parecía mas atractivo, podía verlo en distintas posiciones, desde la más conocida hasta girando compulsivamente, pero para mi todo era muy bello.

Desde allí se veía un campo espigado que era acariciado por suaves ráfagas de viento opalino, sin arrastrar sedimentos, ni partículas extrañas. Era constante y cadencioso. Generaba el agrado del que lo sabía apreciar, con esa intriga que se apreciaba en sus movimientos.
El cielo celeste, impactante me acariciaba por encima del hombro, cual si fuera un amigo afectuoso y comprensivo. Me regocijaba de manera su cariño asombroso, exultante.
Con aire puro y cálido se llenaban mis pulmones, pero más aún, mi alma nueva lo sentía, abriendo un camino suave, virtuoso que todo lo renueva.
Y un vapor tan perfumado que emanaba del entorno, con hechos tan humanos hacía que mis ojos se abrieran como dos esferas, a punto de salir de sus órbitas. La vida se adornaba de gente bella. Me preguntaba si esa era mi hora, el último pasillo, el final del recorrido. Porque no habré llegado antes, de lo que me perdí tanto tiempo allá en la tierra, pensé.

Ni hablar de esa imagen del crepúsculo que quedaba en mi retina, la caída del sol, ese momento sublime. Era puro romanticismo Así sentí que mi espíritu ardía y quería hacer el amor.
De pronto un viento frío sacudió mi rostro. Mi cuerpo estaba empapado de un sudor extraño. Un rayo fluorescente, lanzó chispazos plateados y amenazantes.
Y cerré mis ojos y vagué en mis pensamientos y ese agradable sabor a vida perduraba aunque estaba en otro lugar y mi cuerpo no estaba sano y mi deseo era volver a andar y no podía.
Estaba muy solo en un lugar lejano, en un paisaje gris y oscuro que me rozaba con desgano. Era un momento muy duro, de esos recargados de soledad y blasfemias, de frío contundente como para que nadie se asome, para que todo quede ausente y desolado.
Pero abrí la ventana de ese mundo en mi retina y mi mente hizo proclamas y la vida continuó como si nada. Y allí estaban todos los que siempre me brindaron amor, que me acariciaron con sus modos y calmaron mi dolor.
Pero mis pies están en la tierra, no la podían besar.

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